Tengo un amigo que clasifica a los políticos usando dos metáforas zoológicas: sanguijuelas y perros de azotea. Los primeros tienen una vocación insaciable de poder y los segundos, de visibilidad. La clasificación admite mezclas y no prejuzga sobre los propósitos de cada uno, pero ayuda a comprender sus estrategias: las sanguijuelas viven de la sangre ajena, mientras que los perros de azotea ladran para hacerse oír.

Ambas especies conviven en la vida pública, en los partidos y fuera de ellos; en las organizaciones de la sociedad civil y entre las aulas y las redacciones de los medios: quienes se interesan por casi todo lo que pasa y ladran preocupados por su entorno y quienes viven de engañar y de la busca de la oportunidad propicia para dominar a los inadvertidos. Entre ellos se levanta, agrego yo, la misma diferencia que distingue la atención de la concentración: la primera reclama estar alerta a los estímulos que nos rodean y es, por definición, reactiva; la segunda es obsesiva: exige que todos los sentidos estén puestos en una sola cosa: la conquista y el ensanchamiento del poder.

Los perros de azotea suelen ser ingenuos. Ladran a los aviones que se aproximan por el cielo y luego mueven la cola, convencidos de que los alejaron sus ladridos. Las sanguijuelas en cambio están dispuestas a desangrar a cualquier ser vivo que se acerque a ellas y, como es sabido, quitárselas de encima es peligroso. Sin embargo, en el mundo de la realpolitik reaccionan al ruido de los perros. No porque les teman, sino porque saben que sus ladridos alertan a sus víctimas.

La metáfora no alcanza para mucho más. Pero sí para decir que a mí también me gustan más los perros que las sanguijuelas. Y por eso creo que el corazón de la conciencia democrática está en eliminar a las segundas y liberar a los primeros; es decir, que la política no se convierta nunca en patrimonio de quienes se concentran en chupar la sangre, y que los perros guardianes salgan de su confinamiento para correr libres por las calles, alertas a los movimientos que amenazan la tranquilidad.

Dicho de otro modo: celebro que el Tribunal Electoral de la Federación haya defendido el hecho simple y trascendente de que la participación política de México pueda desplegarse a través de colectivos que merecen tanto respeto como los partidos y, en particular, que no se haya privilegiado a quienes pretenden ganar votos con engaños. Que se haya reconocido abiertamente que hay otras formas de incidir en la arena electoral y en las decisiones fundamentales del país, que no pasan por la formación obligada de partidos. Que hay otros espacios legítimos de colaboración y que quienes los prefieren pueden hacer valer las leyes para afirmar su identidad y sus principios, sin verse atropellados por quienes buscan el poder con el aval tramposo de las autoridades.

La decisión de defender la identidad propia de Nosotrxs por encima del abuso de la otra agrupación del mismo nombre que quiere ser partido, es un parteaguas en la interpretación del derecho electoral que va mucho más lejos que la Litis sobre el nombre. Es, sobre todo, la defensa de la democracia y de la actividad política que no se ciñe al reparto del poder. Es una muestra de respeto hacia quienes hemos optado por la democracia en el mejor de los sentidos, como el poder del pueblo organizado y consciente de los derechos que le asisten. No como un club de socios que se reúnen para acrecentar su influencia, voraces de la sangre ajena, sino como un conjunto de individuos que buscan restaurar y hacer valer el espíritu republicano, libres de sus ataduras.

El poder de las oligarquías divide, mientras que la defensa articulada de las ideas y los derechos, multiplica. Porque la democracia es nuestra, de todos y de cada uno, enhorabuena por la decisión del Tribunal.

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