Cuando hablamos de populismo nos ubicamos delante de una categoría que expresa un contenido político interesado, en torno a la que se ha construido una mitología que ha impedido comprender de qué estamos hablando. Decir que alguien es populista busca adjetivar una forma de hacer política y estereotipar negativamente a sus voceros sin siquiera explicar por qué.

La reciente presentación en la UNAM del libro Populismos, de Fernando Vallespin y Máriam Bascuñán, me dio la oportunidad de reflexionar sobre esta noción y de comprender las condiciones que han auspiciado su surgimiento. Los autores enfatizan que su avance se debe esencialmente a una crisis profunda de la democracia liberal. Para ejemplificar, tomaron como referencia esencial a Estados Unidos, España y Francia. Lo significativo del caso es que estamos en presencia de países con democracias consolidadas y socialmente igualitarias en donde el populismo logró encontrar las fisuras que fragmentan la homogeneidad de la sociedad y sus vínculos identitarios, las llevó al extremo, las presentó como fuerzas disgregadoras y las erigió en enemigos potenciales que habría que combatir desde la arena política, haciendo de la identidad nacional, la repulsión hacia los inmigrantes y la protección frente a la globalización sus temas predilectos.

Esto me ha hecho ponderar si en México estamos en presencia de las mismas condiciones medioambientales, porque me parece que nuestra sociedad tiene una identidad bien arraigada, pero se encuentra profundamente dividida por una desigualdad que lastima. Es precisamente en este ámbito donde encuentro una de las respuestas a la gran expectativa social que ha despertado AMLO.

Conviene recordar que hace 100 años se mandó un poderoso mensaje que subrayó que con la nueva Constitución se buscaba modelar una sociedad basada en la igualdad y el bienestar colectivo. Para ello, se habrían de remover los obstáculos que impedían el cabal ejercicio de los derechos y libertades, se tendría que modular la economía y las autoridades deberían orientar sus esfuerzos hacia la consecución de la justicia social y la prosperidad común. Un siglo más tarde, lo que fue una gran expectativa social terminó siendo una lacerante promesa incumplida. Frente a la impotencia del incremento del PIB que no se refleja en una mejora salarial y de la rabia de que el gasto social se encuentra en las cuentas particulares de gobernantes corruptos, se ha abierto paso una masa inconforme que ha concurrido a expresar su indignación en de redes sociales, activismo y los mítines de campaña.

Es en este contexto en el que se ha encumbrado el único que parece haber entendido dónde nos encontramos como sociedad: AMLO. No debe extrañar que, haciendo de la desigualdad, la pobreza, la corrupción y la impunidad los enemigos, haya logrado transmitir un asomo de esperanza.

En su propaganda, AMLO ha sostenido que impulsará la cuarta transformación de este país. Desde mi perspectiva, no necesariamente busca un nuevo comienzo, sino la realización de lo que ya forma parte de nuestro patrimonio histórico, forjado en lo mejor de nuestra tradición independiente y liberal y en lo más representativo de un pasado revolucionario que hizo del anhelo de igualdad y prosperidad social sus objetivos más preciados.

Si AMLO gana, espero que la expectativa se cumpla y que el impulso social se acompañe de la consolidación de nuestra vocación democrática, asentada en un pluralismo político que debe fomentarse, en donde las instituciones tengan la fuerza para servir de contrapesos efectivos al ejercicio del poder y en donde todos tengamos la capacidad de comprometernos en la consecución de aquellos fines constitucionales que aún siguen esperando su materialización en una mejora sustantiva de nuestras condiciones de vida, el vigor de nuestras libertades y la salud de nuestro sistema democrático.

Académico de la UNAM.

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