Gil de Biedma, escritor español muerto en 1990, escribió este poema titulado “Pandémica y celeste”, como si adivinara la época que nos toca vivir. Nacido en Barcelona de padres castellanos, compuso versos como quien tiene frente a sí a un amigo de toda la vida. Sobre el placer, dice: “Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo / quien me tira del cuerpo a otros cuerpos / a ser posiblemente jóvenes: / yo persigo también el dulce amor, / el tierno amor para dormir al lado / y que alegre mi cama al despertarse, / cercano como un pájaro. // ¡Si yo no puedo desnudarme nunca, / si jamás he podido entrar en unos brazos / sin sentir —aunque sea nada más que un momento / igual deslumbramiento que a los veinte años!”

El concepto del placer cambia según las circunstancias. En el centro histórico de mi ciudad, en el siglo XVIII una cuadra se llamó Calle del Placer. De manera curiosa, el nombre viene de un convento de monjas capuchinas. Resulta que don Juan Antonio de Urrutia y Arana, marqués del Villar del Águila, un aristócrata nacido en el País Vasco español, casó con mujer rica, doña María Paula de Guerrero y Dávila, quien le pidió apoyo para traer a Querétaro a su tía, religiosa de esa orden. El marqués accedió al deseo de su esposa y construyó el convento para la tía.

Las monjas llegaron y se encontraron con la fea sorpresa de la mala calidad del agua. Obrajes de lana y algodón, dispersos por la ciudad, contaminaron los mantos freáticos. Entonces, don Juan Antonio se dio a la tarea de construir un acueducto para traer agua limpia y cristalina de un manantial ubicado a dieciséis kilómetros. El hombre sabía de ingeniería. El canal corre sobre un conjunto de arcos de piedra que son una chulada.

Bañarse en  termas de azulejos de cerámica fue el mayor de los placeres para estas mujeres piadosas. El pueblo, siempre creativo y pícaro, creó una leyenda según la cual el marqués creó esta obra hidráulica para conquistar el amor de una monja joven y bella. Grupos de teatro itinerantes repiten la historia por las noches a propios y extraños. Es una estrategia de venta, que cautiva por el atrevimiento de aquel noble enamorado.

Para gozar del placer, hay que dejar entrar al deseo.

El poema “Amor se escribe con P” de Lilvia Soto, poeta de altos vuelos, dice:

“Quiero hacer el amor en español
porque la tilde añade un no sé qué
a los besos
como si la lengua
se enroscara alrededor de las caricias
en la profundidad del Origen.

Quiero hacer el amor en español
porque la E de España, abierta
como el sol de su meseta
es la letra de
Entre
Encuentro
Entrega

Quiero hacer el amor en español
porque la S sensual
susurra en el silencio

Quiero hacer el amor en español
porque la A en su abundancia
alberga a los amantes”.

La noción del gozo, la vivencia misma de la felicidad, cambia en cada persona conforme pasa el tiempo. En este momento, en mi vida, uno de los grandes placeres que tengo es escribir esta columna. Que usted la lea, es un placer compartido.

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