Los artistas lo saben bien: desde tiempos remotos, han pintado sus obras en perspectiva. Es decir, reproducen la imagen de un objeto tal como es percibido por la vista, en una superficie plana, y desde la distancia se puede intuir su estructura tridimensional.

Para lograrlo, se acercan a unos centímetros de la tela y pintan, luego se alejan, toman toda la distancia posible para ver su obra desde lejos, aquilatarla, buscar los errores, enmendarlos, pintar de nuevo sobre la pincelada anterior, corregir el color, definir la forma.

Lo mismo ocurre con la vida. La edad trae muchas cosas estupendas. Si la vida fuese un baúl, con los años se iría llenando de documentos, historias, fotografías, recuerdos y emociones: lugares que hemos visitado, paisajes que han visto nuestros ojos y se han quedado grabados en algún lugar de la memoria, sabores que hemos disfrutado al sentirlos con todos sus matices en lengua y paladar.

Al comer, cada papila gustativa trasmite al cerebro las emociones provocadas por los aromas que surgen de las especias, se trate de hierbas, semillas o cortezas. A los seres humanos, siempre en busca de placer, nos fascina vivir bajo el hechizo de lo bello. En cuanto a la cocina, baste recordar que los grandes viajes y las conquistas posteriores tuvieron su raíz en la búsqueda de los condimentos. Cristóbal Colón es el navegante más famoso, pero no el único, que cruzó los mares y atravesó el mundo para encontrar el tesoro del sabor.

Nuestros días también se llenan de sabor. Es decisión de cada uno elegir entre la amargura, lo ácido, el dulce o lo picante. Escogemos los pasajes que se han de repetir en la película de la mente, para volver a sentir felicidad, o grabar una y otra vez en la memoria las razones para ser infelices, alimentando a ese gusano que carcome las entrañas dejando tras de sí un rastro de baba amarga, hecha de resentimientos fermentados con espuma de rabia.

El secreto de un buen pintor es encontrar la pincelada adecuada con los instrumentos idóneos, los que mejor se adaptan a sus manos, los que se deslizan con suavidad entre sus dedos, para tomar de la paleta el color más  intenso y así vestir a su figura con el rojo de la pasión, el blanco de la pureza, el verde lleno de esperanza.

No son asociaciones subjetivas. Los científicos han comprobado una y otra vez cómo reacciona la mayoría ante pinturas con estas tonalidades. En el fondo somos iguales, japoneses y brasileños, oriundos de Venecia o rusos moscovitas: nos despiertan cada día las mismas aspiraciones, deseos similares y sentimientos que creemos propios pero son compartidos: todas las madres de este mundo creen que su bebé es el niño más hermoso de la historia. Tienen razón.

Al estudiar la perspectiva aparece el punto de vista, es decir, el lugar desde el cual se observa. He encontrado que el ejercicio más difícil, el reto más grande, es verse a sí mismo desde otro punto de vista. Con la mente salir del propio cuerpo, tener una mirada lo más objetiva posible y observarse a la distancia. No hablo de alteraciones de la conciencia provocadas por sustancias psicotrópicas, sino del resultado de una meditación profunda, una introspección buscada mediante las técnicas que a usted le ofrezcan los mejores resultados.

Si revisamos nuestra propia biografía con pensamiento crítico, encontraremos una línea de vida que se puede dividir por épocas, lugares de residencia, grados académicos, centros de trabajo, accidentes, enfermedades, logros laborales, premios, frustraciones, pérdidas y dolores. De todo hay en cada cuerpo humano.

Somos pinturas en proceso. Rafael Alberti, el gran poeta andaluz dedicó este poema a la pintura, pero podría tratarse de personas: “A ti, lino en el campo. A ti, extendida / superficie, a los ojos, en espera. / A ti, imaginación, helor u hoguera, / diseño fiel o llama desceñida. / A ti, línea impensada o concebida. / A ti, pincel heroico, roca o cera, / obediente al estilo o la manera, / dócil a la medida o desmedida. // A ti, forma; color, sonoro empeño / porque la vida ya volumen hable, / sombra entre luz, luz entre sol, oscura”.

Para comprender nuestra propia naturaleza, podemos hacer lo que confesó Sor Juana en su Respuesta a Sor Filotea, en 1691: “Yo de mí puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una facultad, lo suelo entender en otro de otra que parece muy distante; y esos propios, al explicarse, abren ejemplos metafóricos de otras artes”.

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