Los seres humanos no pensamos en términos de datos y estadísticas. Más bien, no sentimos, a partir de datos y estadísticas, nos dice Tim Kreider en su texto “America’s War of Stories” en el NYT. El autor habla del rol de nuestros prejuicios, nuestras verdades preconcebidas y nuestras convicciones, en la selección de lo que leemos o escuchamos a fin de confirmar lo que nosotros “sentimos” que es verdad. Esto, por supuesto, no se limita a la realidad estadounidense. A esos temas hemos dedicado una buena parte de investigación; permítame compartir algunos resultados:

Primero, nuestras percepciones no son un reflejo transparente de la “realidad”, sino el resultado de un complejo proceso de construcción social. Pocas veces leemos esa realidad a partir de información (correcta o incorrecta) basada en datos o en argumentaciones racionales y coherentes, o a partir de lo que nos cuentan las noticias. En cambio, tendemos a construir nuestras visiones a partir de lo que experimentamos u observamos de primera mano, a partir de lo que conversamos con personas cercanas en quienes confiamos, y a partir de las experiencias de terceros que nos son compartidas en esas conversaciones (las cuales también incluyen conversaciones en redes sociales). Los medios de comunicación tradicionales sí aparecen, pero se ubican mucho más abajo en la lista.

La cuestión es que lo que yo observo no siempre refleja una “tendencia” o “realidad” estadística o nacional, ni siquiera necesariamente local. Basta un cuerpo desmembrado colgado de un puente, uno solo (que para las cifras representa un único homicidio y no más), para provocar una ola de terror en una colonia, y el sentimiento generalizado de que ese sitio no es seguro, incluso si las cifras de homicidios van a la baja. Sucede algo muy similar con nuestras experiencias y conversaciones acerca de otras cuestiones como la corrupción, el buen o mal gobierno, el combate a la pobreza o la escasez de gasolina o medicinas. Segundo, no “sentimos” nuestra realidad en términos absolutos sino relativos. Nos pega el ascenso de la delincuencia, por ejemplo, el sentir que estamos el “doble” de mal. O bien, en su caso, damos un gran valor a la mejoría, aunque en términos absolutos sigamos mal. Tercero, tendemos a acercarnos y a aceptar aquella información que “confirma” esas percepciones y sentimientos, y tendemos a rechazar y alejarnos de aquello que choca con dichas percepciones.

Ahora bien, hay quienes entienden mucho mejor acerca de estos temas que otros. Por consiguiente, en todo el planeta estamos apreciando cómo ciertos actores logran conectar emocionalmente con determinados sectores de sus sociedades, y construyen narrativas muy eficaces dirigidas a atender esa serie de sentimientos colectivos como, por ejemplo, el miedo a los migrantes o a los ataques terroristas. Producen discursos simples, claros, con soluciones “evidentes” frente a esa serie de sentimientos. Otros actores, en cambio, elaboran argumentos mucho más complejos, frecuentemente acertados, pero que fallan en conectar con esos sentimientos sociales. La paradoja, sin embargo, es que hoy en día, el papel de esa argumentación compleja y sofisticada se vuelve indispensable para tejer un debate más hondo e informado acerca de lo que está sucediendo en varias partes con respecto a las instituciones, las libertades, la inclusión, el respeto a los derechos humanos y los derechos de las minorías, o la democracia. Se trata de pilares que no pueden estar sujetos a las percepciones o sentimientos como el miedo, la frustración o el hartazgo.

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