El número no es preciso, pero oscila entre 50 y 70 millones de muertes. Ciudades destrozadas, ataques aéreos, invasión de países por tropas enemigas, abandono de grandes extensiones, economía destrozada, campos sin cultivar, viudas y huérfanos dejados a su suerte: esa fue la maldita herencia de la II Guerra Mundial.

El ser humano se asomó al oscuro abismo de la crueldad que lleva a una nación a declarar la guerra y después a buscar el exterminio del otro. Para la historia quedó la desgarradora experiencia del Holocausto y la vivencia del dolor más profundo que haya experimentado nuestra especie.

Todavía humeaban los cañones de las armas cuando Churchill, Roosevelt y Stalin llegaron a acuerdos en la Conferencia de Yalta, en febrero de 1945. A partir de entonces, se iniciaron los trabajos que dieron lugar a la Organización de las Naciones Unidas, cuya Carta se firmó el 25 de junio de 1945, en San Francisco, California.

La mitad de mi mente, cuya naturaleza romántica no deja de creer en prodigios, me dice que el santo de Asís, cuyo nombre lleva esa ciudad, influyó en los pensamientos de los líderes ahí reunidos.

La paz todavía no ha llegado a todos los rincones del planeta, a pesar de los esfuerzos realizados por los organismos pacifistas. Estrategias y resoluciones han sido signadas por los jefes de gobierno. Por otra parte, la Asamblea General de la ONU estableció el Día Internacional de la Paz que desde 2001 se fijó para el 21 de septiembre.

El 2020 estaba contemplado para la ONU como un año de celebraciones, porque el organismo cumple 75 años. En marzo, António Guterres, secretario general, solicitó que todas las partes beligerantes dejaran las armas y todo el mundo se concentrara en la batalla contra la pandemia del Covid-19. Se trata, dijo, de luchar unidos contra la peor crisis de salud de nuestro tiempo.

La paz ha sido un propósito anhelado a través de los siglos, el deseo palpitante de los hombres justos. Los pensadores escriben ensayos para explicar los mecanismos que podrían concluir las guerras. Los compositores los convierten en canción, los pintores en lienzo multicolor.

El poeta Blas de Otero, nacido en Bilbao en 1916, fue testigo de los conflictos del siglo XX que afectaron a España. Murió en 1979. Su poesía, de denuncia social y también profundamente intimista, se recopila en varios tomos. En 1945, al apreciar la destrucción de una guerra tras otra, Otero cayó en una depresión severa que le llevó a internarse en un sanatorio de Usúrbil. Del libro Pido la paz y la palabra, tomo estos versos: “Mucho he sufrido: en este tiempo, todos / hemos sufrido mucho. / Yo levanto una copa de alegría en las manos, / en pie contra el crepúsculo. / Borradlo.

Labraremos la paz, la paz, la paz, / a fuerza de caricias, a puñetazos puros. / Aquí os dejo mi voz escrita en castellano. / España, no te olvides que hemos sufrido juntos”.

El poeta hace énfasis en el hecho de que escribe en lengua española, aunque su idioma materno haya sido el vasco. Su verso es explosivo y en apariencia contradictorio: “a fuerza de caricias, a puñetazos puros”, por si algún lector dudara de su fuerza.

Las personas traemos en el alma las semillas de la maldad, las que provocan destrucción. Así lo explica el poema “Los motivos del lobo” del nicaragüense Rubén Darío: “En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste”. En esa historia contada en verso, Francisco de Asís llegó a un acuerdo con la maldad, simbolizada en el lobo. El santo medieval llevó al animal frente a la asamblea comunitaria de su aldea y declaró: “El hermano lobo se viene conmigo; / me juró no ser ya vuestro enemigo, / y no repetir su ataque sangriento. / Vosotros, en cambio, daréis su alimento / a la pobre bestia de Dios. / ¡Así sea!, contestó la gente toda de la aldea. / Y luego, en señal de contentamiento, / movió testa y cola el buen animal, / y entró con Francisco de Asís al convento”.

Mahatma Gandhi, líder espiritual de la India, escribió sobre el concepto de “Ahimsa”, que sintetiza la búsqueda de la paz mediante el respeto a los seres vivos, a cada insecto, animal y vegetal que puebla la tierra: “Ahimsa es el deber más alto. Incluso si no podemos practicarlo en su totalidad, debemos tratar de comprender su espíritu y apartarnos, hasta donde nos sea posible, de todo tipo de violencia”.

Concluyo con las últimas líneas del poema de Amado Nervo que describe el diálogo interior de un hombre que ha de morir en poco tiempo: “Vida, nada me debes, / Vida, estamos en paz”.

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