Las promesas de campaña de Claudia Sheimbaum me parecieron buenas. También me gustó su manera de acercarse a las personas y escucharlas.

Me parece que sus prioridades son las adecuadas: la seguridad, el agua, la movilidad, la educación, la salud. Pero lamento que no haya incluido otras cuestiones que urge atender.

Lo digo por lo siguiente: nací y he vivido toda mi vida en la Ciudad de México. La he visto crecer y multiplicarse, como les sucede a todas las ciudades del país y del mundo. Pero lo que ha pasado aquí en los últimos años es otra cosa, ya no es normal, ya es una desgracia. O mejor dicho: un crimen.

Un día sí y otro también, brotan edificios gigantes, con muchísimos pisos para departamentos y oficinas. Las llamadas Mitikah en Coyoacán, que ya no dejan pasar la luz del sol a las casas de los alrededores; las que se levantan a orillas del Anillo Periférico con sus miles de ventanitas que parecen panales; las que han convertido a Santa Fe en un horror; las que se construyen en las avenidas más importantes como Reforma, Insurgentes, Revolución, Patriotismo, Churubusco; las llamadas Be Grand que como hongos aparecen por toda la ciudad; las que surgen en Condesa, Del Valle, San Ángel, Lindavista, algunas sobre terrenos en los que de repente se abre un socavón que deja volando a los edificios colindantes; los esqueletos de acero en las delegaciones Álvaro Obregón y Tlalpan, a orillas de ríos y presas, encima de lo que eran parques y espacios verdes.

¿De dónde va a salir el agua para todo eso? ¿Dónde se va a depositar la basura de todo eso? ¿Cómo puede resistir más carga el de por sí insuficiente drenaje? ¿Cómo van a circular los autos de todas las personas que vivan o trabajen en ellas? Y dada la inexistente obediencia a leyes, normas y reglas que tenemos en México, ¿cómo podrán convivir tantas personas en un mismo espacio y organizarse para cuidar su edificio? Se me enchina el cuero sólo de pensar en quienes van a vivir en una de esas torres, sabiendo que un buen número de vecinos no van a pagar sus cuotas ni van a obedecer las reglas de las asambleas y no hay instancia alguna que resuelva estos problemas pues la Procuraduría del Consumidor está sólo de adorno, sin tener facultades de acción.

Se me enchina el corazón de pensar en que las autorizaciones para esas construcciones se obtuvieron de maneras que no garantizan la seguridad de quienes las habiten.

Y se me enchina el alma de pensar lo que todos los habitantes vamos a respirar y a atascarnos en el tráfico y a padecer de carencia de servicios básicos en esta nuestra ciudad.

¡Y a ello se agrega el surgimiento de un centro comercial gigantesco en cada esquina!

Uno entiende que es necesaria la vivienda para los millones que habitamos la ciudad. Y que tenerla es un derecho. Y comprende que son necesarios los negocios y comercios. Pero, ¿cómo hacerlo si el espacio está saturado y los servicios son insuficientes? ¿Cómo hacerlo sin considerar que también son necesarios los parques y camellones y espacios para los peatones? Es necesario y urgente detener esta monstruosidad.

En un artículo, Alejandro Hernández Gálvez presenta lo que llama “Los diez puntos a considerar para el presente de la Ciudad de México”, donde asegura que “mayor densidad no implica necesariamente mayor altura”, y pone como ejemplo a París, que con sus siete niveles en promedio, es una ciudad más densa que Manhattan con sus rascacielos.

Pero sobre todo, es necesario y urgente entender que, como dice ese estudioso, desarrollo urbano y desarrollo inmobiliario no son lo mismo, aunque muchos lo confundan o pretendan que lo confunden porque así les conviene para hacer creer que hay crecimiento económico, cuando lo que hay es “éxito en los negocios privados pero no mejoría en el bienestar común”.

Ojalá la Jefa de Gobierno se atreva a detener este crimen urbano y ambiental.

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