Las chicas de Flans

Las chicas de Flans dejaron recuerdos, algunos buenos, otros malos, pero muchos recuerdos. También impusieron moda, como muchos otros grupos. El copete noventero, por ejemplo, fue producto de las Flans, y de las niñas de Timbiriche, y de las Fandango, y de Lucero, cuando era Lucerito, y de tantas más.

Es el mismo copete que ahora provoca risas cada vez que mamá saca las fotos viejas de la alacena para demostrar que alguna vez fue bonita, delgada y simpática. Era un copete enorme, engomado, largo y encorvado como antena de radio taxi, que ahora es motivo de bochorno y antes era causal de orgullo y admiración. Mientras más largo era el churro, era mejor.

Las Flans también heredaron a las chicas esos blusones largos y coloridos que vestía Mimi; las peinetas y listones en el pelo de Ilse, estilo Alicia en el País de la maravillas; los mayones que ahora se llaman leggins y los sombreritos de Ivonne. Las chicas de Flans dejaron sobre todo moda, estilos de vestir y de bailar. Nos regalaron temas pop, pegajosos y juguetones, pero muy inocentes (“No controles mi forma de vestir porque es total”), otros inofensivos (“Me enamoré en un bazar”) y unos francamente ñoños (“Tímido mírame, sé que te empiezo a gustar”).

Nos dejaron poca música original y mucha fiesta, pero las recordamos con cariño porque fueron parte de una época y como todos los recuerdos, muchos de ellos son pura fantasía. Las Flans, que ya no son unas niñas, sino señoras, regresaron, más de una década de silencio y ahora volvieron a los escenarios, para desmentir nuestro imaginario colectivo y descubrir que la realidad no es como la soñamos.

Después de no verlas por tanto tiempo, a este despistado columnista se le había olvidado lo simpáticas que eran. Pasaron por Querétaro y tuvieron la decencia de ofrecer una rueda de prensa (lo que casi ningún famoso hace) y contaron chistes que nadie entendía.

A Ivonne, la más distraída de todas y la más ajena a las mieles de la fama, se le vio maltratada por la vida. Este columnista la recuerda fea pero no tanto, con sus ojos rasgados y ese look de niña tailandesa de la colonia Narvarte. La cantante y pintora luce un bronceado moreno tipo señora de tianguis con ocho horas diarias bajo el sol vendiendo naranjas. El arte no la ha embellecido, pero sigue siendo divertida.

La misma chica, que cansada de tantas giras y desveladas por dar sesiones de autógrafos, decidió retirarse y dedicarse a la pintura, se casó y se fue a vivir a Nueva York, donde hizo carrera en galerías y museos, pero nunca alcanzó ni dos gramos de la fama que tiene como cantante.

La bella Mimi que siempre se vio como la mayor del grupo, aunque no lo es, la chica de la que muchos de nosotros, adolescentes con granos en la nariz, nos enamorados como quien se enamora de su maestra de la primaria. También está Ilse, quien para la plebe, para el vulgo, siempre fue la niña bonita, la correcta, la bien bañada, la bien peinada, la inalcanzable. La veíamos como la Lady Di de discoteca y una princesa de revista de sociales.

Las chicas de Flans se volvieron señoras y regresaron, porque dijeron, “Flans no tiene fecha de caducidad” (Mimi); “Mientras tengamos algo que decir estaremos vigentes” (Ivonne). “Flans es diversión” (Mimi). Sin embargo, usted, cuerdo y precavido lector, estará de acuerdo con este columnista Región Cuatro que ahora ya nadie se enamora en un bazar, que toda la “chaviza” liga en Twitter, se enamoran en Instagram y tiene sexo por Facebook. Que para escuchar a las Flans, mejor la versión de “No controles” de Café Tacvba o algún arreglo de Moderatto. Que Flans fue y no será, que los recuerdos son recuerdos y lo demás es puro revival y nada más.

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