El último martes de septiembre los agentes federales Luis Alberto Luna Flores y Víctor Hugo Suárez Díaz reportaron a la Agencia de Investigación Criminal, AIC, que habían fracasado en la búsqueda de un fugitivo.

—Regresen —les ordenaron.

Sus superiores recibieron al día siguiente la noticia de que ambos agentes habían sido asesinados.

En octubre de 2012, el poblano Orlando Orea Gutiérrez mató en Nueva York a un entrenador de futbol juvenil. Todo comenzó como una pelea de bar. Al final, el reporte que recibió la policía indicaba que en West 14 Street “yacía en la banqueta un hombre destripado”.

Orea Gutiérrez le había rebanado la oreja con una navaja, y le había clavado la hoja varias veces en la cabeza, el cuello, las piernas y el torso. Las cámaras de seguridad mostraron la imagen de un hispano con cola de caballo y chamarra negra, que se alejaba en la noche.

Orea alcanzó a abordar un avión antes de ser identificado, y regresó a México. Su rastro se perdió durante seis años.

Hasta que datos procedentes del otro lado del Bravo llevaron a una célula de la AIC al municipio de Acatlán de Osorio, en Puebla.

Los agentes trabajaron de manera encubierta durante dos semanas. Hallaron a un Orlando en una especie de edificio de departamentos, pero comprobaron que no se trataba del fugitivo. “No hay nadie aquí con sus características”, informaron. Fue entonces cuando les ordenaron volver.

Antes de hacerlo, decidieron probar suerte una vez más. Al día siguiente, bajo el pretexto de estar en busca de un departamento para rentar, lograron ingresar en el edificio. Un tercer agente se apostó afuera, cerca de una patrulla de la estatal que fue enviada para brindar apoyo.

Pasadas las 16:00 horas del 26 de septiembre el infierno se desató en el edificio. Cuando el tercer agente oyó los tiros y se introdujo en el inmueble, el agente Luis Alberto Luna se desangraba junto a la puerta de un departamento, con un tiro en la yugular. El otro federal, Víctor Hugo Suárez, estaba muerto en el baño. Tenía ocho tiros.

Un reguero de sangre llevaba hacia la azotea del edificio.

Un fuerte contingente de la AIC salió en helicóptero rumbo a Acatlán. El rastro de Orea Gutiérrez fue seguido a lo largo de bardas y azoteas contiguas. Por la sangre que dejó en un barandal supieron que el asesino iba herido en el brazo o en la mano derecha.

El goteo formó una línea bien marcada en una calle aledaña, pero desapareció a las afueras de la población. La policía solo halló una camisa empapada de sangre. Tuvo la impresión de que el homicida había hecho una llamada telefónica durante la huida, y alguien lo había recogido.

En menos de dos horas los agentes habían recogido un dato: antes de vivir con su pareja actual, Orea Gutiérrez había tenido una relación con otra mujer del municipio. Nadie sabía su nombre.

Los agentes que iniciaron la búsqueda del fugitivo iban con la adrenalina a tope. Pero dicen que la orden perentoria que recibieron fue la de detenerlo con vida, al precio que fuera.

Doce horas más tarde, la mujer que los agentes buscaban fue detectada en un auto rojo. Orea iba escondido en el vehículo. Pensaba irse lejos, pero no sabía a dónde.

Orea tiene 38 años y un tatuaje con motivos aztecas en el pecho. Se trata de un hombre fornido, con experiencia en el uso de armas. Vivió en Estados Unidos desde niño. Se formó en el trabajo duro. Desde joven se aficionó a la cacería.

Cuando los agentes volvieron a entrar al edificio, el prófugo se encontraba en el patio. Hubo una mirada, hubo algo que falló. El fugitivo echó a correr hacia el departamento que habitaba y los agentes fueron tras él. Los recibió a tiros, con una Browning. Derribó a Luna Flores con los primeros disparos, y se refugió en el baño. Víctor Hugo Suárez entró al departamento y avanzó hacia él. No se sabe a ciencia cierta qué pasó. Solo que ambos acabaron forcejeando, y que el agente Suárez perdió la batalla. El asesino le metió ocho tiros.

“Pude ir también por el otro agente —dijo con una sonrisa—, pero ya no quise matar más gente”.

Los agentes dicen que al efectuar su relato Orea sonreía, lleno de satisfacción. Dicen también que a veces no saben en qué clase de México están viviendo.

@hdemauleon

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