Pese a todos los pronósticos, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, arribó a nuestro país por el Aeropuerto Felipe Ángeles, no obstante que la semana pasada su equipo de seguridad había informado que aterrizaría en la Ciudad de México.

El recibimiento por parte del presidente de México fue cordial y amigable, para de inmediato, subir ambos mandatarios al vehículo oficial del presidente norteamericano, la famosa bestia. Por más de una hora (y eso que el tráfico había sido restringido) ambos presidentes convivieron en un espacio íntimo y cercano. ¿de qué hablaron? ¿cuál fue el tema de conversación? ¿se realizó algún acuerdo?

A pregunta expresa, el presidente de México comentó en la mañanera que el tema de conversación se centró en la agenda trilateral (migración e integración económica) y en el funcionamiento de la bestia, el vehículo oficial del presidente norteamericano, lo que desilusionó a más de un periodista.

La secrecía en este tipo de reuniones sigue siendo un enigma que no deberíamos permitir, pues como ciudadanía desconocemos si, en efecto, los temas que se comentaron en realidad fueron tan generales, abiertos e, incluso, banales.

Acaso en todo ese trayecto (más de una hora) los mandatarios ¿no tocaron el tema de la detención de Ovidio Guzmán, en Sinaloa?  ¿de las disputas en torno a la cancelación de proyectos de energías limpias? ¿de las diferencias comerciales y violaciones al T-MEC? ¿del tráfico ilegal de armas y droga que impera entre ambos países?

Las reuniones privadas (a puerta cerrada como se acostumbra decir), como la sucedida en La Bestia, afectan el derecho a la transparencia y el acceso a la información que tiene la ciudadanía, sobre todo cuando se realizan entre mandatarios de ese nivel. Bajo el halo de “seguridad nacional”, no se permite conocer, con plena y total claridad los “acuerdos” o “desacuerdos” que pueden existir entre ambos mandatarios. Desconocemos, a ciencia cierta, qué fue lo que ambos personajes intercambiaron, ideas, mensajes, opiniones, favores, ¿imposiciones?. Todo queda en la especulación. No estamos hablando de una reunión cualquiera, entre personas comunes, sino entre dos jefes de estado, los que, por cierto, mantienen una vecindad de más de 3 mil kilómetros.

Es necesario que, como ciudadanía, exijamos mayor transparencia en el manejo de la información para este tipo de encuentros. Mucho se ha especulado acerca de si la detención de Ovidio “N” fue motivada por  Estados Unidos, o que la moneda de cambio fue el aterrizaje del presidente Biden en el AIFA, entre otras cuestiones. Todo ello se evitaría si los encuentros fueron más abiertos y transparentes.

Los asuntos que envuelven la relación de ambos países, así como de nuestro vecino de Canadá, cuyo primer ministro afirmó que México debe cumplir el T-MEC, no obstante la oposición del presidente mexicano, demuestran que en esas reuniones (sobre todo a puerta cerrada) se tocan temas de interés público y trascendencia nacional. Decisiones, opiniones, posturas o divergencias que bien pueden fortalecer las relaciones o, de plano, destruirlas.

De ahí la trascendencia de este tipo de encuentros, en los que, por el tipo de temas que se discuten, no pueden ser tratados “en lo oscurito” o “debajo del agua”. Al contrario, deben ser realizadas con plena transparencia y claridad, para que todas y todos tengamos la oportunidad de formarnos un criterio u opinión. La secrecía en las relaciones diplomáticas es un paradigma que, como muchos otros, debemos ir destruyendo poco a poco. Ese es el reto a vencer si queremos una sociedad mejor informada y democrática.

Google News