“No hay que usar a los pobres para intereses políticos y personales. Las ideologías terminan mal, no sirven, tienen una relación incompleta, enferma y mala con el pueblo”. Papa Francisco

A estas alturas del gobierno de López Obrador, ha quedado evidenciado su estilo populista, autoritario y antidemocrático. Además de su propensión a insultar y descalificar a todo aquel que se atreva a disentir de sus  intenciones formales y mentiras. Por ello, no sorprende que, una vez más, se pronuncié contra la Iglesia católica y se refugie, según él, en el Papa.

La causa de ello es su Plan B, luego de que no ha podido acabar con el árbitro electoral (INE), aunque lo ha desacreditado y reducido para favorecer el control de las elecciones en favor de su partido oficial, Morena, como en los tiempos de Manuel Bartlett, a quien protege y defiende de supuestas campañas —que sólo él conoce o imagina— en contra de su converso.

Ante la evidente maniobra electorera del Presidente y sus seguidores —los ahora conservadores de privilegios—, la Conferencia del Episcopado Mexicano fue directa: “Ante la controversia generada por la propuesta de la reforma electoral que se discute en el Congreso de la Unión, dentro del llamado Plan B, los obispos de México expresamos nuestra preocupación por diversos señalamientos sobre irregularidades en el proceso legislativo y sobre el contenido de modificación a diversas leyes electorales”.

Y aún más: “los obispos de México hacemos un llamado para que las decisiones legislativas y judiciales que se acuerden, respeten los principios constitucionales de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad que rigen nuestro sistema electoral”.

Y esta defensa democrática —que ciertamente se suma a la de un gran número de intelectuales, periodistas, políticos de diversas pertenencias partidistas y ciudadanos en general—, pues enoja a López Obrador por dos razones elementales:

1) exhiben sus verdaderas intenciones, y 2) tienen una opinión independiente y no los puede someter, aunque los insulte, como a muchos otros mexicanos.

Como era de esperarse, despotricó. Y desde esa postura, donde pretende definir el bien y el mal, sentenció:

“Sí me preocuparía muchísimo si el Papa Francisco se pronunciara sobre este tema, pero si es aquí [México] hay que entender cómo las élites de las corporaciones siempre se unen”.

Pero más allá de la tribuna presidencial, lo cierto es que la Iglesia católica, cada vez más, ha salido en defensa del Estado de Derecho y  la democracia, temas que suelen incomodar a quienes consideran que su palabra es la ley.

Y ya que se refiere al Papa, convendría que tuviera presente sus palabras, en este caso bien podría atender las siguientes:
 
“En el siglo pasado, [las ideologías] terminaron en dictaduras [que] piensan por el pueblo y no dejan pensar al pueblo. Todo con el pueblo, pero nada para el pueblo”.

Y eso molesta a quienes se consideran los únicos intérpretes del pueblo, todavía más: el pueblo mismo. ¿Por qué? Pues porque sí, porque lo dicen. Dueños, según ellos, de una predestinación bondadosa que sólo termina exhibiendo  una desmedida  ambición de poder.

Ante estos afanes autoritarios, se comienza a hablar de el Plan C: del ciudadano, de la controversia y de la Corte, como una manera de oponerse a estos intentos presidenciales y morenistas por controlar a su favor el sistema electoral mexicano.

Google News