A pocos meses de su arribo al gabinete, Olga Sánchez Cordero, pasó de ser un activo a un pasivo político para AMLO. Su destino fue marcado con el desmantelamiento de áreas y funciones sustantivas para la SEGOB: Centro Nacional de Inteligencia, Órgano Administrativo Desconcentrado Prevención y Readaptación Social, Migración; y el manejo de asuntos importantes como las relaciones políticas con gobernadores, legisladores y la Suprema Corte, dadas a Julio Scherer, consejero jurídico de la Presidencia.

Olga Sánchez puede presumir haber sido la primera Secretaria de Gobernación y haber contado con total libertad para imponer su agenda personal a su función, ante la marginación presidencial de asuntos relevantes para el país y para la 4T. Así, se dedicó a promover leyes a favor de la cultura de la muerte: aborto, eutanasia, ideología de género, niños trans y consumo de la marihuana. Con la secretaria general de Morena, Citlalli Hernández, presionó a gobernadores y congresos estatales para la aprobación de estas leyes, en algunos estados.

Su desgracia fue no convencido a los integrantes del Poder Judicial a reducir sus sueldos, por debajo del de López Obrador; y por no haber renunciado a su pensión, que es mayor al salario presidencial (primero ofreció donar su pensión, pero prefirió renunciar a su salario de funcionario público que a su pensión). Cada año percibe más de 3 millones de pesos por ese concepto, frente al millón 567 mil 640 pesos que gana anualmente Andrés Manuel.

Su inexperiencia como operadora política y su falta de autonomía (burka política) le valió el mote de “secretaria florero”.
 
Nadie sabe por qué el Presidente la dejó tanto tiempo en el cargo, si no le tomaba las llamadas. En julio de 2019, Obrador salió en su defensa: “Estamos muy contentos con ella y no queremos que se vaya”, atajó en una mañanera. Igual sucedió en el último trimestre de 2020, ante su fracaso en la contención de los gobernadores de oposición, inconformes con el manejo de la pandemia y la asignación de recursos federales a los estados.

El último episodio lo vivió la semana pasada cuando, por disposición de su jefe, desplazó al coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, para gestionar la convocatoria a un periodo extraordinario de sesiones con la intención de aprobar, entre otras cosas, la iniciativa de revocación de mandato. En dos ocasiones seguidas no reunió los votos necesarios para dicho periodo, lo que enfureció a AMLO y, para muchos, fue el motivo de su salida.

El bloque opositor pospuso una ley que no tiene razón de ser y resulta muy onerosa —además de peligrosa para el país—; porque el presidente ha sido elegido para 6 años, no para menos; ni para más –este ha sido el trayecto seguido por algunos presidentes populistas del continente para extender sus mandatos—; porque resulta más un recurso propagandístico de AMLO que un ejercicio de democracia participativa; y porque se tirarían más de 5 mil millones de pesos, cuando no hay ni para medicinas.

Los mensajes del 6 de junio y del 1 de agosto han hecho a ver a AMLO que la segunda parte de su gobierno será más complicada y que requiere a un cercano, de su confianza, capaz de operar. Y lo encontró en su pariente lejano y leal amigo, Adán Augusto López, gobernador de Tabasco, quien puede contribuir a dar continuidad a su proyecto (¿maximato?) en 2024. A diferencia de Irma Eréndira, Olga cayó parada.

¿O mal parada?

Periodista y maestro en seguridad nacional

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