El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su obra Collateral Damage: Social Inequalities in a global age, plantea una de las posturas más críticas al poder en la era de la globalización económica, es decir, a la sociedad de consumo capitalista.

La crítica es devastadora al afirmar que el manejo de la incertidumbre, del miedo, es el mayor poder que puede lograr un grupo o individuo para  el control social, particularmente en los más desvalidos, de aquellos que en su condición marginal no representan utilidad productiva desde la deshumanizada visión de los mercados.

En este escenario, si los actores del poder evitan discutir los problemas reales de la desigualdad social, acentuada por la voracidad de los capitales, el discurso de la inseguridad es el más vasto y productivo para mantener la atención fuera de lo esencial de lo que verdaderamente ocupa la gente para vivir mejor. En la época electoral que se avecina, sin duda este populismo demagógico saldrá a relucir en aquellos actores que sin explicación alguna, se habían mantenido mansos.

Ahora escucharemos y leeremos discursos de aspirantes a candidato (de lo que sea, pero si es plurinominal, mejor!) donde sus mejores arengas son reclamos a la autoridad, cuyo trabajo se distingue por ser regular, malo o muy malo; en esos señalamientos públicos deslizan la afirmación de que ellos son la solución de tranquilidad que reclama la sociedad.

En no pocas veces, se trata de personajes que tuvieron a su cargo la seguridad pública y que nadie recuerda un acierto o logro que trascendiera al presente, como es el caso de un ex presidente municipal panista, o de personajes que perteneciendo a un partido político cuando ejercieron el poder se les fue de las manos la seguridad que había antes de sus administraciones; ahora, escuchamos dirigentes priístas y perredistas que en los estados vecinos han dejado honda huella de ser génesis del narco que asola la región centro occidente del país.

Sin duda es muy rentable el discurso del miedo en las páginas de los periódicos, en la voz de la radio, pero sobre todo, en la apabullante distorsión a la libertad de expresión que enmarca el internet.

Personajes anónimos que cuentan historias de otro estado o país como si en nuestras calles hubiera pasado; personas reales que temerosas comentan hechos que nunca han sucedido en Querétaro o bien, de sucesos reales que son magnificados en el pánico de que nos sucederán a todos y sucederán siempre.

En unos días comienzan los procesos electorales y también la competencia por el poder público.

Nadie puede clamar cortesía u honor en un campo de batalla donde los árbitros son poco reconocidos; su pelea será cada día más dura. Pero ojalá que en el fondo cada competidor tenga responsabilidad social, amor a Querétaro, y sin dejar de señalar lo mejorable, no use el miedo para obtener el poder.

Lo menos que se puede decir de esta clase de políticos es que son deleznables. Y que de llegar al gobierno que anhelan, serán las siguientes víctimas de otros que tampoco tendrán escrúpulos.

En esa incruenta pelea, los ciudadanos seguiremos viviendo del miedo, de una incertidumbre que no existe como tal, de una inseguridad que no es la de cualquiera de nuestros vecinos, pero ha sido creada por el discurso político, con base a hechos reales que suceden pero distan de ser el común denominador.

Sólo tenemos dos caminos. Vivir nuestros miedos haciendo conciencia de que somos una sociedad pujante y emprendedora capaz de salir adelante en esta crisis nacional de incertidumbre. O bien, vivir los miedos de los candidatos que lo usarán para manipular porque —según ellos— sí sabrán la solución de nuestros problemas, aunque muchos no probaron ningún talento digno de recuerdo, a pesar de que vivieron tiempos que no eran lo complicados que son ahora.

Lo mejor es mostrar ejemplo de que sabemos la dimensión de nuestros problemas, que son ciertos, complicados y reales, y que cada día serán más complicados, que sí vivimos nuestros miedos, pero son nuestros no de los voraces del poder.

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