Para muchos, ser maestros es sacar canas verdes a la sociedad en general así como a la clase política de nuestro país, ya que con marchas, mítines, campamentos y lo que los llaman su lucha por mejores condiciones laborales hacen del magisterio un verdadero dolor de cabeza para todos. Aunque debo decirlo, existen docentes que hacen un arte la labor de enseñar y dar sus conocimientos a las generaciones venideras. Este día celebramos a todos los maestros que bien o mal hacen todo para que las nuevas generaciones sean mejores personas y podamos tener un mejor país, así como en la vida diaria muchos son los maestros que han pasado a la posteridad en la tauromaquia, muchos se pueden llamar maestros de la muleta pero pocos son los que en verdad expresan y comparten sus experiencias y conocimientos a las personas que como yo alguna vez quisimos ser toreros. Trataré de mencionar los más importantes, aunque como cada semana me van a faltar muchos caracteres para recordar a todos y no porque no porque sus nombres no estén en esta columna no dejan de ser unos verdaderos maestros del toreo. Iniciemos con un hombre de campo, acostumbrado a las duras tareas, no descubrió el toreo hasta cumplir los 20 años, me refiero al maestro Domingo Ortega, quien a partir de esa fecha su carrera fue meteórica. De hecho, tras unas pocas novilladas se sintió preparado para dar el salto al escalafón superior. De estilo clásico y con técnica depurada, lidiador de sorprendente facilidad y con sugestiva personalidad. Su última corrida fue en la Feria del Pilar de Zaragoza el 14 de octubre de 1954. “En el toreo -decía Ortega- todo lo que no sea cargar la suerte no es torear sino destorear. Torear no es que el toro venga y usted se quede en la recta, eso es destorear; pero si usted carga, echa el cuerpo hacia delante con la pierna contraria al lado por el que viene el toro obliga a torear, si no le coge; porque es un obstáculo que usted le pone delante”. Con el simple nombre a bastantes aficionados clásicos se les enchina la piel y estoy hablando de Paco Ojeda, quien decía: "Ni soy el Mesías prometido, ni Juan Belmonte resucitado, ni he inventado el toreo. Soy un torero que tiene como horizonte acercarse lo más posible a la pureza sin engañar a nadie, ni a mí mismo". Con su toreo curvilíneo y su ligazón en un terreno inverosímil hasta ese momento del natural y el pase de pecho. La manera de pegársele al toro era muy parecido al de un verdadero kamikaze, pues en varias de sus biografías decía que los bureles no le pegaban por torpe sino que lo cogían porque quería imponer su voluntad a costa de lo que fuera. Buscaba nuevas soluciones, dentro de su manera personal de hacer y sentir el toreo. Era un maestrazo y muchos me dirán como hablas si jamás lo viste pero afortunadamente existen videos que permiten saborear cada faena como si hubiera estado ahí. Se consideraba como “un torero inédito”. No mareaba esa perdiz. Se trata de Manolo Escudero un verdadero virtuoso a la hora de ejecutar el lance a la Verónica, ese que cuando nacía hilvanado en una serie más parecía un ballet. Sus secretos iban desde la dimensión y la textura del capote hasta la forma de asentar los pies en el ruedo, con los movimientos armónicos de brazos y las muñecas construían el arte mismo sobre la trilogía más clásica, la de parar, mandar y templar. En verdad que trataré de ser muy breve y enaltecer sus máximas virtudes en pocas líneas para tratar de aprovechar y eficientar el espacio. No podemos dejar de mencionar la elegancia con el capote de Antonio Ordoñez un torero que pegaba unas verónicas con gran juego de brazos, suaves y espectaculares, lentas, magníficas; verónicas densas, dramáticas y profundas, cargando la suerte; verónicas alegres, aladas y palpitantes con los pies juntos, medias verónicas amplias, cerradas petulantemente sobre la cadera, como una flor misteriosa. Y con el capote para adornos, ha sido límpido, matemático y preciso. Entre los hitos que marcan la historia del toreo en las tierras de México, uno de los días más señalados es el del 31 de enero de 1943, cuando Silverio Pérez cuajó una faena que se considera inolvidable ante el toro "Tanguito", del hierro de Pastajé. El gran “Faraón de Texcoco” quien no dudaba en sacar a relucir una increíble lentitud y temple en cada muletazo. Se cuenta que “hizo todo lo que es posible hacerle a un toro, incluso hasta lo que en esa época era considerado como imposible, pisar terrenos a los que nadie había osado llegar. Para cruzarse con el toro y provocar así su arrancada, pegaba saltitos, dos y hasta tres. Hizo derroche de su arte, dominio y conocimientos. Uno por uno fue engarzando bellísimos muletazos coronando de gloria su magistral interpretación del toreo”. Un faenón excepcional, luego premiada con las dos orejas y el rabo, teniendo que dar hasta seis vueltas al ruedo. En fin muchos maestros voy a dejar de mencionar pero son igual de importantes tales como la saltillera de Fermín Espinoza “Armillita”, la profundidad del toreo en Manuel Jiménez "Chicuelo", Julían López “El Juli” y su concepto del toreo en plenitud; Rodolfo Gaona y sus famosísimas Gaoneras; Juan Belmonte, Nicanor Villalta y su preocupación por la estética con sus 52 orejas y tres rabos en Madrid; Enrique Ponce, Pablo Hermoso de Mendoza, el maestro y mi paisano “Chintololo” Zotoluco, la poesía de Calesero; bueno hasta aquí le paramos por el momento, que rico es recordar a los mejores maestros del toreo que han dejado un legado y nos motivan a seguir luchando por la más bella de las fiestas. Espero sus comentarios y retroalimentación en olmo_16a@hotmail.com y en Twitter @olmochato.

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