8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Fecha emblemática en el calendario de las mujeres porque simboliza la lucha de años por nuestros derechos. ¿Qué derechos son esos? El derecho a la autonomía plena, a elegir libremente en qué trabajar, cómo vestirnos, a dónde ir, cuándo actuar. El derecho al libre desarrollo de la personalidad; a decidir o no ser madres y cómo; a vivir una vida en pareja con un hombre o con una mujer; a nuestra identidad; a la salud integral de nuestras mentes; controlar nuestros cuerpos sin que el Estado intervenga; a la participación política en condiciones de igualdad porque los espacios del poder también son nuestros y a caminar seguras por las calles porque vivir una vida libre de violencia es también nuestro derecho.

Queremos entablar un diálogo con los gobernantes para que comprendan que nuestra lucha no es contra ellos pero que muchas veces es a pesar de ellos; que nuestra lucha no es una moda, que no comenzó hace un año, ni hace diez ni hace treinta. La lucha por nuestros derechos tiene más de trecientos años de historia; no se nos acaba de ocurrir y aún le falta mucho para terminar.

Hay una enorme deuda que saldar para que las mujeres, niñas y jóvenes de este país, más del 51 por ciento de la población, podamos realmente sabernos equivalentes a nuestros compañeros, a nuestros hermanos, a nuestros esposos. ¿Por qué equivalentes? Porque valemos lo mismo. Las mujeres no buscamos ser idénticas, buscamos la igualdad sustantiva, material, de hecho; no queremos más pero tampoco menos. Las mujeres exigimos oportunidades que nos permitan desarrollarnos plenamente, asistir a las universidades, acceder a las fuentes de empleo formal, al reparto justo de la riqueza, a ser felices.

Por años se nos ha dicho tú no: tú no eres, tú no puedes, tú no debes, tú no te mereces. Por años nos han pretendido decirnos qué sí podemos y qué no podemos hacer. Por años las normas que nos rigen han sido dictadas desde los prejuicios, desde los dogmas, desde los roles y estereotipos de género para regular cómo debe ser una mujer. Somos muchas, somos plurales, estamos en todos los espacios y nos atraviesan otras discriminaciones. Las mujeres merecemos que se nos reconozca como personas, que se proteja nuestra dignidad, pero, sobre todo, merecemos ser escuchadas.

Las manifestaciones del 8 de marzo se vieron exacerbadas por un muro de metal que se construyó con el argumento de protegernos, un “Muro de Paz”. Para muchas de nosotras ese muro simboliza violencia, impunidad, corrupción, pobreza, desigualdad, discriminación, muerte. Pero, sobre todo, ese muro volvió tangibles las barreras incorpóreas que por siglos han levantado quienes han decidido no cumplir con su obligación de respetar, proteger y garantizar nuestros derechos.

Las mujeres seguiremos marchando, incidiendo y luchando porque nos es claro que esos muros, físicos o inmateriales, no van a caer por si mismos. Los tenemos que tirar.

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