Imagine, estimado lector, que usted acompaña a un familiar o a un amigo muy querido que padece un cuadro grave de insuficiencia respiratoria, al área de Urgencias de un hospital Covid. Al llegar le piden que usted escoja al médico tratante de su paciente: al doctor Hugo López Gatell Ramírez, o le consiguen al médico de su confianza. La pregunta es: ¿usted, a quién elegiría?

Del médico alterno usted sabría sus méritos para elegirlo. Del doctor Gatell es imposible que ignore que ha sido cuestionado por sus pésimos resultados en el combate al Covid: en pocos días llegaremos a los 2 millones de contagiados y a la cifra —oficial— de 200 mil muertos, entre los muchos indicadores del desastre sanitario nacional.

Cómo olvidar que ha sido defendido por el Presidente ante quienes pedían su renuncia por haberlo sorprendido de vacaciones —en el momento más crítico de la pandemia— en la playa oaxaqueña de Zipolite. Un mes antes de contagiarse, dijo de él: “no creo que haya un funcionario en el mundo con esas características, es de primera, preparado, es un gran profesional (…) Ha estado cumpliendo cabalmente con su responsabilidad, es un buen servidor público, un profesionista, un profesional (…) Comparen este currículum con los que fueron antes secretarios de Salud… es honesto, honrado”, entre sus argumentos.

Si usted es parte de la minoría que eligió al doctor López Gatell como médico tratante, le sugiero revisar fríamente sus criterios. Pero si no lo eligió, lo felicito porque usted, dejó de lado el discurso político y dio prioridad a la salud y a la vida; los resultados sobre la ideología.

Al igual que usted, muchos no entienden por qué el presidente prefirió a otro médico como tratante, que a su leal y “laureado” subordinado; también se preguntan qué pensarán en la Bloomberg School of Public Health de la Universidad Johns Hopkins —donde Gatell estudió su postdoctorado en epidemiología— de su egresado que presume haber participado en más de 40 investigaciones y haber sido citado alrededor de 6,457 veces. ¿Se sentirán orgullosos de que su egresado responsable de diseñar y gestionar la estrategia nacional contra el Covid-19, tenga el peor lugar de letalidad en el mundo; el tercer lugar de muertes oficiales (extraoficialmente son más del doble); el primer lugar en personal de salud muerto en el cumplimiento de su deber, como resultado de su escaso o nulo compromiso con sus pares?

Seguramente esas mismas personas se preguntarán qué hará una universidad tan prestigiada para evitar que se repitan estos errores en sus futuros egresados. El referente fue la escuela de negocios de Harvard: cuando se percataron que sus egresados eran excelentes para enriquecerse a costa de empobrecer a otros; revisaron el perfil de sus egresados, planes de estudios, incluyeron formación ética, etcétera. Hicieron algo.

También debería preguntársele al Presidente: ¿qué va a hacer para resolver el fracaso sanitario de su administración?, ¿aprenderá de aquellos países que viven en la normalidad, tienen pocos contagios y no tienen casi muertos; una economía pujante gracias a priorizar la salud y el bienestar de sus ciudadanos, y al aislamiento temporal?, ¿modificará la estrategia, cambiará de titular, impulsará la vacunación masiva y reactivará la economía?

A pesar de estar acostumbrado a no tomar decisiones que le resten popularidad, es hora de reconocer que la culpa no es de López Gatell, sino de quien lo mantiene en el puesto.

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