Decir que hay “mano negra” en los movimientos sociales ha sido una frase frecuente de todos nuestros mandatarios. Fox, Calderón, Peña Nieto y ahora López Obrador han señalado como espurio cuanto movimiento les ha reclamado su falta de empatía o su evidente ineptitud. “¡Estamos hasta la madre!” y “Alto a la guerra” eran consignas que se escuchaban en el Zócalo de la Ciudad de México contra la estrategia de seguridad de Calderón que aún nos tiene ahogados en sangre. “Peña Nieto. Inepto. RENUNCIA.” se leía en las cartulinas que desfilaban por el Paseo de la Reforma en contra de quien tal vez se gane el premio al presidente más corrupto del milenio. Incluso Vicente Fox descartó durante su gobierno que las protestas contra él fueran “contra él”.

A partir del inicio de su gestión en diciembre de 2018, el inquilino del Palacio Nacional ha dado la espalda a la participación social que no camine por la rayita que él pintó. Desde su púlpito mañanero ha descalificado los cuestionamientos de organizaciones de la sociedad y se ha referido con desdén a la ciudadanía que plantea demandas justas llamándoles “adversarios”. Esa ha sido la constante ante las demandas de sectores del movimiento feminista que han denunciado a su administración por la falta de una estrategia efectiva para alcanzar la igualdad sustantiva y la erradicación de la violencia de género.

Los reclamos feministas no iniciaron hace una semana, ni hace un mes, ni hace tres meses, ni hace tres años. Sin embargo, nuestra inconformidad ante acciones de la 4T comenzaron cuando integrantes de la bancada de Morena en la Cámara de Diputados pretendieron disminuir el presupuesto federal destinado a los programas para cerrar las brechas de desigualdad. Ya con López Obrador al frente de la administración federal, se sumó a nuestra indignación la suspensión de la entrega de recursos a estancias infantiles por el impacto negativo que esta medida representaba para las mujeres trabajadoras de todo el país, sus hijos e hijas. También hemos condenado la manipulación del nombramiento de la titular del Inmujeres y la distribución, con apoyo de diversas iglesias, de una Cartilla Moral que mira a un pasado del que fuimos excluidas y donde nuestros derechos no eran reconocidos. En febrero de 2019 manifestamos nuestro descontento por la orden del presidente de suspender la entrega de recursos federales a organizaciones sociales, lo que causó el cierre de refugios que atendían a mujeres y sus familias en situaciones de violencia extrema. Ha habido muchas otras demandas pero la indignación colectiva finalmente explotó con mucha fuerza azuzada por las desafortunadas expresiones del mandatario federal ante los feminicidios que cobran la vida de diez mujeres cada día.

Las jóvenes mexicanas han tomado la batuta de la expresión pública de rechazo a la violencia que viven en las calles, plazas, escuelas y fábricas de toda la República. En números cada vez mayores y con acciones cada vez más contundentes exigen la protección de un gobierno que llegó al poder con el eslogan “La Esperanza de México”. Las mujeres y niñas demandan, no solo al Presidente sino a todos y cada uno de los gobernadores y presidentes municipales, el derecho a vivir libres de violencia, al ejercicio de su autonomía, condiciones para un desarrollo pleno y condiciones que les garantice ser tratadas con la dignidad que merece toda persona. Eso. No más.

Tanto el Presidente de la República como los partidos políticos que hoy pelean por controlar nuestro movimiento deben tener claro que las mujeres no somos el “coro fácil” que se mueve cuando nos marcan el ritmo desde una oficina en Palacio Nacional o en el CEN del PAN, PRI o Morena. No somos una masa amorfa que grita y se calla a su capricho. Somos el 52% de la población de este país, somos una fuerza económica, política, cultural y social incalculable. Pero sobre todo somos la ola que viene a romper de una vez por todas con su indiferencia.

Activista defensora de derechos humanos e integrante del Centro Latinoamericano para la Paz, la Cooperación y el Desarrollo

Google News