La violencia ocasionada por el consumo de drogas, legales e ilegales, tiene muchas caras, no sólo la llamada “narcoviolencia”. Si verdaderamente queremos erradicar la violencia ocasionada por las drogas, es indispensable tener presente que la violencia no sólo se circunscribe al asesinato de personas, lo que desde luego no debió ocurrir y que lamento profundamente. Violencia es también que, por ejemplo, un narcomenudista suministre drogas a menores de edad, drogas que les destruyen el cerebro y, con ello, el proyecto de vida. Sí, también es violencia, y de la peor, no sólo asesinar, sino también acabar o destruir sueños e ilusiones. Violencia es también el insulto o la golpiza que propina un ebrio a su pareja o a sus hijos; es el que los hijos no puedan acudir a la escuela por la falta de recursos económicos cuando éstos fueron dilapidados en la compra y consumo de alcohol o drogas. Violencia es también el accidente vehicular que mata cuando el responsable conduce en estado de ebriedad; violencia ocasionada por las drogas es también el homicidio que comete un compadre al reñir ebrio con quien fuera su gran amigo, o el homicidio cometido por un asaltante adicto que buscaba dinero para comprar droga. Todo ello es también violencia y se debiese contabilizar y considerar al momento de tomar decisiones o de hacer señalamientos.

En suma, la violencia originada por el consumo de drogas se manifiesta de muchas maneras generando un gran daño a sus víctimas y a la sociedad. Incluso me atrevo a decir que el consumo de drogas legales, como el abuso de bebidas alcohólicas o el tabaquismo, provocan más muertos inocentes que las muertes que conlleva la narcoviolencia.

Diversas estimaciones señalan, por ejemplo, que durante el gobierno de Calderón fallecieron 100,000 personas a consecuencia de la llamada “guerra contra el narco”, fallecimientos que desde luego lamento, ya que se trata de seres humanos con familias dolientes; sin embargo, es importante tener presente que la mayoría de ellos (92%) fueron delincuentes que secuestraban, violaban, extorsionaban. Es decir, delincuentes que murieron al enfrentarse unos con otros, o bien, al enfrentar a las fuerzas armadas que actuaban en la defensa y protección de la ciudadanía. Estimaciones realizadas en Querétaro nos permiten señalar que una de cinco muertes tiene su origen en una adicción. Es decir, el abuso de bebidas alcohólicas, el consumo de productos de tabaco, el llamado “consumo desviado” (inhalantes y medicamentos fuera de receta) y el consumo de las drogas ilegales son responsables del 20% de los fallecimientos en el estado. Si extrapolamos esta estimación a nivel nacional, encontraremos que en el país mueren alrededor de 100,000 personas —mínimo— cada año a consecuencia de las adicciones que derivan del consumo de drogas. Y si lo anterior es grave, más grave es el hecho de que pareciera que eso no importa.

Resulta preocupante y decepcionante que algunos comunicadores se manifiesten sobre este tema sin considerar las muertes y los daños que ocasiona el consumo de drogas en las familias y que sólo opinen sobre el actuar de los distintos gobiernos frente a la narcoviolencia. Pareciera que desconocen o no les importa lo que ocurre al interior de los hogares mexicanos; pareciera que lo que les importa es el rating que da el golpear a los gobiernos y no lo que realmente lastima a la ciudadanía y a sus familias.

Fuente de los deseos. Ojalá todos fuésemos más responsables al opinar sobre la violencia que genera el consumo de drogas. Ojalá entendamos que esa violencia tiene muchas caras, que se manifiesta de muchas maneras y que para acabar con ella el camino no es el de legalizar su consumo. Ojalá entendamos que la legalización del uso lúdico de la marihuana no va a acabar con la narcoviolencia, sólo logrará exacerbar las otras caras de la violencia. Caras que además lesionan a muchas más personas.

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