Hace un año escribí en EL UNIVERSAL mi reclamo al Presidente López Obrador, porque en lugar de decirles a las mujeres que son el cielo (lo que hizo en entrevista con Jorge Ramos) y que merecen respeto (lo que había hecho en las mañaneras), les debió de haber dicho lo siguiente: yo no soy feminista, tampoco soy antifeminista, porque la verdad es que no tengo idea de qué es el feminismo, pero prometo que me voy a informar. Y les debió también haber dicho: de todos modos, sea cual sea su ideología y su manera de pensar, les aseguro que como presidente que soy de todos los mexicanos, las escucho, escucho sus protestas y sus demandas y las tomo muy en serio, porque igual que ustedes, estoy preocupado por la violencia contra las mujeres y les aseguro que estoy trabajando para elaborar políticas públicas que contribuyan a erradicarla. Y para ello me estoy asesorando con personas que saben de eso, tanto en nuestro país como en aquellos países que han tenido avances y logros en ese sentido. Mientras tanto, le doy mi pésame a los familiares de las mujeresasesinadas, violadas, acosadas y violentadas y  mi reconocimiento a las mujeres que están luchando por conseguir que se atienda este problema.

Como dije entonces: qué bueno hubiera sido escuchar eso. Y qué fácil habría sido para el Presidente hacerlo así.

Sin embargo, no solamente no lo hizo entonces, sino que un año después ha perseverado en su mismo idéntico discurso de “a las mujeres las respetamos”, y  para demostrarlo, dice que en su gabinete hay muchas mujeres, sin entender que porque alguien es mujer, eso no la convierte ni en defensora de las causas de las mujeres ni mucho menos en feminista, pero a las feministas no las respetamos porque están manejadas por la derecha y los conservadores. Esta última acusación se amplió hace unos días, cuando les dijo a quienes protestaban por la candidatura de alguien acusado de violación, que sus ideas y conceptos eran extranjeros, todo porque él no sabía lo que es el pacto patriarcal que le pedían que rompiera y en lugar de informarse, prefirió descalificar.

Su antifeminismo es tan visceral, que todos quienes lo rodean lo saben. Por eso una de sus secretarias de Estado llamó fakeministas a las convocantes a la marcha por el 8 de marzo del año pasado y regañó a quienes decidieron entrarle al paro del día siguiente, acusando a todas de querer golpear al gobierno.

Pero he aquí que el tiempo pasa y ya llegó otro 8 de marzo y con él, una vez más las marchas y manifestaciones, porque la violencia contra las mujeres no solo sigue sino que aumenta y porque el Presidente también sigue descalificando a quienes luchan para que se actúe, echándole la culpa de la violencia “al modelo neoliberal que provocó la degradación social de la que resultan este tipo de crímenes”, (así lo dijo en una mañanera) y “al enojo de los hombres por el empoderamiento de las mujeres” (así lo dijo una de sus incondicionales).

Pero la sorpresa es que esta vez las cosas se hicieron de manera distinta: como respuesta al anuncio de las movilizaciones, se pusieron vallas por donde se van a llevar a cabo, incluido un muro impenetrable frente a Palacio Nacional en el zócalo de la Ciudad de México, algo inédito en nuestra historia, algo nunca visto.

El argumento del encargado de comunicación de la Presidencia para explicarlo fue el siguiente: “Se trata de dar garantías a las manifestantes, proteger el patrimonio y evitar la confrontación”.

¿Inventar el peligro para justificar su miedo? se pregunta en Twitter Héctor Suárez Gomis.

Todo parece indicar que así es. No hay forma de interpretar estas acciones de otra manera: se les tiene miedo a las mujeres.

Eso lo han dicho muchas desde distintos lugares políticos, sociales, ideológicos: “Así se preparan en Palacio Nacional para recibir las manifestaciones de mujeres del #8M2021” escribió Marta Tagle; “El miedo está cambiando de bando” escribió Alma Delia M.; “Nunca se había recibido así a las Mujeres Mexicanas” escribió Kenia López;  “¿Tanto miedo nos tienen?” escribió Patricia Olamendi; “No nos dan seguridad a las mujeres de México pero que tal se protegen de nosotras” escribió Lila Abed; “Un muro dice más que mil mañaneras” escribió Mariana Niembro; “Ojalá las mujeres de México estuvieran tan protegidas y cuidadas como el hombre que vive en Palacio Nacional” escribió Denise Dresser.

¿Dónde quedó aquella promesa de la secretaria de Gobernación de que “Las puertas de este gobierno están abiertas para el diálogo, para escuchar sus demandas y para también escuchar sus propuestas”?

Porque lo que vemos son puertas cerradas a piedra y lodo, tapadas con vallas, y lo que vemos es la constante descalificación. Tanto, que un desplegado de varias colectivas feministas que circula en las redes dice:  “Exigimos un alto a su desdén, somos una voz colectiva”. Una voz además, que no va a callar, como lo demuestran las pintas en esa valla con los nombres de tantas mujeres asesinadas.

La pregunta es: ¿Por qué el Presidente convirtió la lucha de las mujeres para terminar con la violencia, en una lucha contra su gobierno?

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