En días pasados el presidente de la República entregó al Congreso, por conducto de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; un primer informe escrito en el que “manifiesta el estado general que guarda la administración pública del país”. Habrá que esperar para conocer los “datos” que maneja en este documento.

El mismo día, en la conferencia diaria del Presidente, en general, el contenido no tuvo diferencias, fue una manifestación optimista, más que una relación de hechos de gobierno. En realidad, es una alegoría: una representación de lo que el Presidente quiere que sea el país y que crean los mexicanos, sustentada en cifras de difícil comprobación, normalmente medias verdades o mentiras completas soportadas con aparentes estadísticas. Fue una manifestación de entusiasmo del gobierno y una exaltación hacia el gobernante.

Los temas de interés general no los mencionó. Fue notoria su identificación y defensa de políticas públicas claramente clientelares: “la economía ha crecido poco no hay recesión” (y ahora) “es menos injusta la distribución de la riqueza”. Y todo, claro, celebró el combate a la corrupción y la impunidad como objetivo esencial de su gestión.

La credibilidad del discurso depende de la popularidad del presidente en turno. La de López Obrador es alta todavía, algunas encuestas mencionan un 62% de aprobación y otros dicen que puede llegar a un 80%. Pero la calificación de sus políticas y de la eficacia de su gobierno son bajas. Solo el 46% cree que disminuirá la corrupción, solo 33.4% cree que disminuirá la pobreza, 30% cree que combate bien a la delincuencia y solo el 16.7 cree que hará regresar la paz al país.

La popularidad del Presidente es alta pero el gobierno va mal. En las mediciones publicadas en El Financiero, la mayoría de la población reprueba al gobierno en la conducción de la economía, la seguridad y la corrupción. Como prácticamente todas las cosas que han sucedido en su gobierno, hay engaño. A casi un año como Presidente, no ha resuelto los problemas que prometió terminarían en cuanto llegara a la presidencia.

El andamiaje de una democracia le estorba a la construcción del país que quiere. Está dando golpes a la democracia, a los contrapesos del sistema de división de poderes y de pesos y contrapesos en nuestro país. Como en cualquier otro sistema, el Poder Ejecutivo en México encuentra pesos y contrapesos —límites a su poder y a sus poderes— de cuando menos tres fuentes: la institucional, la política y la social.

En las democracias recitativas el objetivo de la clase gobernante es el de durar, permanecer, continuar. En ese paradigma de resistencia se inscriben las políticas reactivas del gobierno y su presidente.

La “recitativa” consiste en esa democracia “en la que el pueblo sigue siendo soberano en la retórica constitucional pero en realidad ha sido ‘desoberanizado’. Es también esa democracia en “la que los gobernantes expropian al pueblo de su soberanía en el mismo momento en que proclaman ser sus más genuinos y devotos representantes”.

La “democracia recitativa” es una variable patológica de las “democracias enfermas” en las que surgen fenómenos políticos y sociales que desean —a veces de manera contraproducente y estéril— la recuperación de la autenticidad del principio de que la soberanía reside en el pueblo. Y reclaman que su ejercicio no se limite a la emisión pautada del voto sino a la implantación de una cultura de conexión de los dirigentes políticos con los intereses sociales y su sometimiento a los mandatos éticos como criterio de comportamiento en la gestión pública.

No es para presumir, cuando se ha prometido tanto; no es para presumir, cuando lo que se persigue no es el bienestar colectivo sino el capricho de una sola persona. Una persona que no escucha.

Expresidente municipal de Querétaro y exlegislador federal y local. @Chucho_RH

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