Anoche compartimos con la familia la tradicional rosca de reyes, acompañada de un delicioso chocolate batido con molinillo. Hoy los niños e incluso otros no tan niños están disfrutando de los regalos que les trajeron los reyes magos.

Pero si a usted, apreciable lector, ni Melchor, ni Gaspar, ni Baltazar le dejaron nada en sus zapatos, pues es una buena ocasión para ver una película de ambiente invernal aún: La ladrona de libros. Este filme está basado en un best seller  multipremiado del autor alemán Markus  Zusak; se trata de la realización de una historia entrañable con las magníficas actuaciones de Geoffrey Rush y Emily Watson (Hans y Rosa Hubermann, los padres adoptivos de la protagonista), la cual es una co-producción EU-Alemania, dirigida por Brian Percival.

Hay que decir que el casting para elegir a la pequeña Liesel Meminger (la canadiense Sophie Nelisse) fue tan certero que la niña parece dibujada por Trudy White, ilustrador del libro publicado hacia el 2005.

Esta cinta no fue tan afortunada en la emisión pasada de los Oscares y es que no se trataba de un culebrón marca Spielberg -sin demeritar, claro, los grandes trabajos del director como la Lista de Schindler-; además la crítica parece haber sido muy dura frente a la adaptación de una obra literaria que no deja de ser juvenil por llegar a la pantalla grande ¿Acaso no tenía permiso de ser fantástica como fue en su momento, dicho esto en su justa dimensión, la Historia sin fin de Michael Ende? O es que en treinta años a la humanidad se le murió el sentimentalismo como para entender que una novela no está precisamente apegada a la realidad ni una película es forzosamente un documental.

Al final de cuentas, tanto cine como literatura son arte y se valen de la ficción,  de la imaginación del escritor, que en este caso se apoyó en la propia imaginación del personaje principal, una niña de nueve años que logra evadir la realidad de los adultos (llena de pobreza, hambre, injusticia, discriminación, violencia y un etcétera por demás largo y negativo) a través de la lectura y la escritura. De acuerdo con el pedagogo brasileño, Paulo Freire la educación hace al hombre libre, por ello es que no toda la población mundial sabe leer y escribir, porque entonces qué sería de nuestros gobernantes, de quién abusarían; pero eso es tema de otra columna. El sólo pensar que la magia de las palabras puede cambiar vidas es ya una idea maravillosa.

Por otra parte, si los críticos o ciertos espectadores querían ver mucha sangre por tratarse de la guerra, para eso tenemos al buen Tarantino. El caso es que La ladrona de libros sólo fue nominada por banda sonora y ni siquiera ganó. Aun así la recomendación es para ver (o en el mejor de los casos leer) este relato que no sólo habla del nazismo, la segunda guerra mundial o del innegable sufrimiento de los judíos en el holocausto, sino del amor, la amistad, la lealtad, de lo que una persona es capaz de hacer por un padre o un hijo, aunque éste sea adoptivo. Pero, sobre todo habla de la afición de algunos por las letras, por los libros (un fenómeno poco común y harto extraño en nuestros tiempos). Su peculiar narrador, la muerte nos lleva por una encantadora trama que te roba la atención.

Aunque insisto que hay para quien es predecible, a mí me parece que La ladrona de libros en general es bastante agradable con momentos realmente emotivos. Tiene personajes simpáticos como Rudy (quien literalmente muere esperando robar un beso de la ladrona);  un ambiente que se torna cálido, no sólo para el joven Max (el amigo judío de Liesel que los Hubermann esconden en su casa), sino para el espectador, lo cual creo es muy apto para estos días de frío. Y no dudo que haya a quien le haga soltar una que otra lágrima porque le haya robado el corazón, aunque esto suene tan cursi. La idea sólo es llenarnos de mucha tinta y celuloide.

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