Alfonso Navarrete Prida volvió a Gobernación —24 años después de ser particular de Jorge Carpizo— con las ansias de quien conquista una posición largamente anhelada, pero también con el protagonismo del político que, al frente de un grupo compacto de mexiquenses, actúa como si en 10 meses que restan al sexenio fuera a recomponer una crisis de gobernabilidad y seguridad que lleva más de 12 años en territorios cada vez más amplios de la República. A su llegada, en rápida y escueta ceremonia con su antecesor Miguel Angel Osorio Chong, dijo que no llegaba “a improvisar, sino a continuar” ni buscaba “destruir” el trabajo de cinco años previos; pero en la práctica, Navarrete ha tomado decisiones frenéticas e impulsivas que, aunque con buenas intenciones, han tenido el costo más alto: la pérdida de vidas humanas.

Hay al menos dos decisiones atribuibles al secretario y su equipo que han tenido ese terrible costo de vidas humanas, ya sea por “accidentes trágicos” o por “daños colaterales” de violencia del narcotráfico. La primera fue su operativo “contra generadores de violencia”, implementado casi a su llegada, con el envío de policías federales y de la PGR a ciudades con altas cifras de violencia y homicidios dolosos. Dos semanas después de lanzado su “Operativo” el secretario se ufanó públicamente, el 1 de febrero pasado, que habían “disminuido los homicidios dolosos” en ciudades como Tecomán, Chihuahua, Chilpancingo y Cancún. Pasaron 4 días del triunfal anuncio, cuando afloró la improvisación del operativo: dos agentes de la PGR, pertenecientes a la Agencia de Investigación Criminal, Alfonso Hernández y Octavio Martínez, de 28 y 23 años de edad, se reportaban “desaparecidos” y luego se sabría, por un video donde aparecieron hincados y maniatados, que los había secuestrado el Cártel Jalisco Nueva Generación.

Los jóvenes agentes fueron enviados a una de las zonas más “calientes”, los límites entre Jalisco y Nayarit, donde fueron rápidamente detectados, secuestrados y torturados en un video que fue un abierto desafío del poderoso CJNG al Estado, cuestionando el envío de “operativos y efectivos” a sus zonas de influencia. Para cuando el secretario y su equipo reaccionaron ya era tarde: los dos jóvenes aparecieron muertos, torturados y con los rostros desfigurados, en un mensaje a Navarrete y su improvisada estrategia. ¿Fue sólo daño colateral o una muerte digna de agentes en cumplimiento del deber? ¿O alguien, desde un escritorio en la CDMXlos mandó sin la experiencia suficiente y la protección necesaria a la boca del lobo, donde fueron carne de cañón del grupo más armado y violento del narcotráfico en estos momentos?

El otro hecho de buenas intenciones del secretario que tuvo un costo demasiado alto fue la reciente tragedia por el accidente del helicóptero militar en el que llegó con premura al poblado de Jamiltepec en Oaxaca, luego del sismo del viernes 16 de febrero. Nadie cuestiona que, como responsable del Sistema Nacional de Protección Civil, Navarrete debe encabezar las labores de rescate y apoyo a la población en caso de desastres. Pero hasta donde se sabía la tarde del viernes, horas después del sismo, las afectaciones en Oaxaca eran lamentables por el derrumbe de fachadas y de algunas viviendas (200 de las cuáles solo 10 eran pérdida total) pero no parecía una situación que ameritara una visita tan urgente del funcionario federal, que bien pudo llegar a la mañana siguiente para evitar volar de noche en un helicóptero y sin que se cumplieran todos los protocolos de seguridad en su llegada a Jamiltepec.

Aunque la Sedena y su titular, Salvador Cienfuegos, asumieron la responsabilidad, la muerte de 13 inocentes —3 niños, 4 mujeres, 5 hombres y un bebé— hizo inevitable preguntarse si no hubo exceso de protagonismo del secretario Navarrete y el gobernador Murat, que llegaron al lugar sin las condiciones ni protocolos de seguridad adecuados, en medio de la oscuridad y provocando una nube de polvo que impidió la visibilidad del piloto y afectó a la aeronave, que perdió el control y cayó sobre los damnificados. Los accidentes son eso y no siempre pueden evitarse, pero también hay acciones y decisiones humanas, atribuibles a la imprudencia o negligencia humanas —como actuar con premura, volando de noche y sin los protocolos adecuados en una situación que quizá no ameritaba tanta urgencia— que se vuelven factores que desencadenan latragedia.

A veces el protagonismo nos lleva al apuro y éste a pagar costos muy altos.

NOTAS INDISCRETAS… Por cierto, la transición de equipos en Gobernación no fue la más tersa ni amigable. Aunque Navarrete y Osorio aparecieron juntos el día del cambio, el equipo del mexiquense llegó a las oficinas con lujo de prepotencia y, sin la mínima cortesía, corrieron gente, incluso con años de antiguedad, y sellaron oficinas sin dejar a sus titulares sacar sus pertenencias. Los mexiquenses traían prisa, y algo de coraje, por sacar a los hidalguenses de Bucareli… Y quién sabe si es por esas premuras, pero en un cuarto cerca del despacho principal de la Segob, siguen las cajas, libros y actas que Osorio Chong tenía listos para la “entrega-recepción” que aún no se ha llevado a cabo, mes y medio después de su salida. A eso se suma lo que cuentan algunos ex subsecretarios, sobre que el día que llegó Navarrete los citaron a una reunión, a la que el nuevo secretario llegó solo dos minutos, les dijo que “como saben habrá cambios” y les pidió entregar su renuncia, para salir corriendo del lugar. ¿Cuál era la prisa y por qué la descortesía del secretario? Se preguntaron los subsecretarios que ya iban con renuncia en mano… Los dados mandan Serpiente. Bueno el tiro

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