El pasado jueves, Alfonso Navarrete Prida, recién inaugurado como secretario de Gobernación, lanzó la siguiente declaración en referencia al despliegue de fuerzas federales en cinco estados:

“La incidencia de homicidios dolosos que era particularmente grave en estas zonas comienza a contenerse, de hecho, sin que esto signifique un resultado final porque no lo es, ni lo podríamos asegurar, desde el despliegue de este operativo hasta el momento prácticamente no ha sido cometido homicidio doloso alguno”.

Con esto, afirmado tres días después de iniciado el operativo en cuestión, Navarrete se ganó un lugar de privilegio en la muy vieja, muy noble y muy grande Orden del Cacareo Precoz: una sociedad nada secreta, compuesta por decenas de funcionarios de ayer y hoy, de todos los partidos y niveles de gobierno, dedicados a celebrar, mucho antes de lo que sugiere la prudencia, victorias frágiles, incompletas, debatibles o francamente inexistentes, y que, más pronto que tarde, acaban en derrotas sonoras.

El nuevo titular de Gobernación es claramente un campeón del género ¿Por qué? Van algunas razones:

1. No repara en la posibilidad de que el cambio detectado en el número de homicidios no tenga nada que ver con el operativo federal. Hasta en las peores crisis de seguridad, hay días con saldo blanco o casi blanco. Los tenía Ciudad Juárez en los meses más violentos de 2010. Lo sucedido en las primeras 72 horas de un operativo bien puede ser simple azar. O no. Difícil saber con sólo tres días de datos

2. No da un marco temporal para la comparación. No contrasta el resultado con el obtenido en los mismos días del año previo o el mes anterior o la semana que precedió al operativo. Simplemente afirma que antes había homicidios y ahora ya no ¿Venían disminuyendo los asesinatos antes del operativo? ¿Estamos viendo la continuación de una tendencia previa? ¿O hubo en efecto un punto de quiebre? Sabrá Dios.

3. Fija un estándar imposible de mantener. Señala que “no ha sido cometido homicidio doloso alguno”. Cuando eso necesariamente cambie, cuando eventualmente haya homicidios (alguno o algunos tendrán que suceder), eso se va a interpretar como un fracaso. Y con misma lógica que considerar un triunfo lo sucedido hasta ahora.

4. No señala los problemas evidentes de sustentabilidad. No dice nada sobre lo que sucedería ante un probable (y hasta inevitable) retiro de las fuerzas federales. Al fin y al cabo, hay solo 38 mil policías federales, los mismos que hace seis años, y muchas regiones en crisis. En 2017, 13 entidades federativas sumaron más de mil víctimas de homicidio doloso. Muchas van a levantar la mano, sobre todo si se percibe que estos operativos funcionan, al menos en el corto plazo ¿Cómo las van a atender sin descobijar a las actuales regiones de despliegue? Buena pregunta.

5. Establece como métrica casi única el número de homicidios. Eso lo convierte en rehén de un fenómeno que no controla y que responde mal a variaciones en la política de seguridad, sobre todo a nivel local donde eventos impredecibles pueden alterar la ecuación. Una riña que se sale de control o un topón que acaba en balacera y el resultado se va al caño.

En resumen, Navarrete acaba de presumir una disminución cuestionable de un indicador que controla mal, sin tener datos, sin dar algún tipo de referencia temporal, sin describir la tendencia previa, fijando el número cero como meta y sin advertir sobre las dificultades de sostener el operativo.

En el género del cacareo precoz, esto es un clásico instantáneo.

Me quito el sombrero, señor secretario.

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