El narcisismo del Presidente tiene ya un impacto negativo en la política nacional y exterior y, de persistir en su proceder, agravará más los conflictos.

Para algunos medios de comunicación, partidos políticos, organismos empresariales y grupos sociales, es cada vez más preocupante esta conducta de subordinación y control, por sus características y consecuencias: en lo interno, su hambre de reconocimiento, aprobación, admiración, superioridad, rompe con la unidad del país al volverse intolerante por dividir al país en buenos y malos, y perseguir políticamente a quienes no piensan como él o pueden ser un obstáculo para sus fines.

Destruye la democracia al acabar con la división de poderes, para poner a todos los órganos del Estado bajo sus órdenes.
En lo externo, su deseo de ser reconocido como el líder continental de la izquierda —sin serlo—, lo ha llevado a cometer errores que lo han distanciado de otros presidentes (Argentina, Chile, Brasil), quienes se niegan a subordinarse a su voluntad.

Y qué decir del distanciamiento con Europa, EUA y Canadá por el apoyo y el silencio cómplice hacia las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua por la violencia ejercida contra sus ciudadanos; a los intentos de Evo Morales, en Bolivia, y de Pedro Castillo, en Perú, de perpetuarse en el poder; a su negativa a condenar la agresión de Vladimir Putin a Ucrania, y la violencia contra las mujeres en Irán.

Otro caso es el incumplimiento a los convenios internacionales contraídos por la propia 4T en materia energética, que ponen al país en riesgo de ser sancionado por incumplir los acuerdos comerciales suscritos; o la reciente corrección al presidente Joe Biden por decir bienvenido a “América” al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Y su iniciativa de desaparecer la OEA y sustituirla con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en respuesta a la exclusión de Cuba y a que Nicolás Maduro y Daniel Ortega tampoco no fueron convocados a la Cumbre de las Américas.

Aunque es funcional en su vida cotidiana, este trastorno de la personalidad afecta a sus cercanos y a los que dependen de él, especialmente por ser el primer mandatario: no hay nadie en su gobierno nadie capaz opinar diferente o de hacerle ver sus errores. Se siente amenazado si pierde el control o si tiene que admitir y corregir sus errores. Si no cuenta con el apoyo, reconocimiento y admiración de los demás, los considera sus enemigos y los persigue, especialmente a quienes lo critican.

Aunque predica la pobreza para los demás y llega a mimetizarse en esos ambientes, a él y a los suyos les fascina la opulencia.

Además de no tener escrúpulos por mentir y engañar, justifica sus acciones con los logros que sueña obtener. Y al no alcanzarlos, goza manipulando, distrayendo.

Carece de empatía con el dolor ajeno -niños con cáncer, enfermos de Covid, mujeres o periodistas (el caso de Ciro Gómez Leyva es paradigmático)-, los rechaza o es indiferente, en lugar de atenderlos.

Su egocentrismo e inseguridad es tal que considera ataques de sus enemigos cualquier iniciativa que no se suya.
Es imperativo evitar los daños generados por estos trastornos de conducta de AMLO y perfeccionar nuestro marco legal para impedir que lleguen al poder enfermos que pongan en riesgo la unidad y el progreso del país.

Aunque se sintió agredido con la campaña de 2006 “AMLO es un peligro para México”, la realidad se quedó corta frente al daño que ha ocasionado.

Periodista y maestro 
en seguridad nacional

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