Estar en medio de la nada, para los habitantes de las ciudades, es no tener construcciones que nos den la seguridad de que estamos en un espacio conocido. Es perder el Norte, es sentirse solo. Es necesitar señales: letreros, luces, flechas en el asfalto. Cuando perdemos los elementos de la vida urbana, nos sentimos desprotegidos. Aunque estemos en un valle fértil, frente al mar o en lo alto de una montaña. Somos seres frágiles.

Explicar la nada requiere de varios conceptos. La filosofía budista tiene una palabra: Shuniata, que significa el vacío, la falta de una entidad concreta fija. Un estado en que el individuo logra, mediante ejercicios de meditación, eliminar de su mente todos los pensamientos superficiales y así prepararse para recibir nueva información que le haga razonar y enriquezca su memoria.

John D. Barrow, autor del Libro de la nada, analiza el proceso conceptual que los mayas desarrollaron hasta llegar al concepto de cero en las matemáticas. Fueron estos indígenas americanos quienes aportaron a la historia el valor de la nada numérica, indispensable en la ciencia.

San Agustín, comenta Barrow, equiparaba la nada con el demonio. Este pensador de Algeria, obispo de Hipona, nació en el año 350. Los filósofos siguen estudiando los razonamientos propuestos por este doctor de la Iglesia. Para Agustín, el todo era Dios. Por tanto, la nada era siniestra.

Torricelli, en 1640, encontró que la presión atmosférica sostenía 76 centímetros de mercurio al nivel del mar. Este fue el inicio del concepto del vacío, que Pascal buscó por todos los medios a su alcance, a pesar de la hostilidad de los jesuitas, que consideraban la ausencia como una negación del poder de Dios. La ciencia, como siempre, enfrentada a la religión con todas sus manifestaciones.

Entonces, ¿con qué llenar el vacío? Con el éter. Durante siglos se definió con ese nombre, a falta de otro más preciso, la sustancia de la no existencia de elementos. Científicos y hombres de fe, en monasterios y laboratorios, se desvelaban por igual pensando en estas cosas, observando la luminosa danza del fuego emanado de una vela. De ahí el verbo desvelar.

Yo le confieso a usted mi terror al vacío: me da miedo esa enfermedad llamada Alzheimer, que va eliminando de la mente recuerdos, conceptos y emociones. Imagino el sentimiento de impotencia, la desesperación de buscar en el cerebro la palabra exacta para describir lo que se siente. Para evitarla, leo y hago los ejercicios recomendados por los neurólogos. Escribo, observo la vida, pido a Dios que no aparezca en mi futuro esa pérdida de las funciones de la mente.

La nada es también territorio de la poesía. Dice Octavio Paz, en su poema “Viento”: “Todo es espacio; / vibra la vara de la amapola / y una desnuda / vuela en el viento lomo de ola. // Nada soy yo, / cuerpo que flota, luz, oleaje; / todo es del viento / y el viento es aire / siempre de viaje”. Ahí estaba nuestro Premio Nobel, el gran pensador mexicano, observando la rama, sintiendo la caricia del agua, mientras colocaba sustantivos y verbos en las imaginarias estrofas que se formaron en su mente, días y noches antes de pasar al papel.

Es posible que Paz, estudioso irredento, recordara a la escritora mística Teresa de Ávila, enamorada de Cristo y fundadora de las Carmelitas Descalzas. Entre los muros de su convento, en pleno siglo XVI, sometida a los rigores de la Orden, Teresa tomaba en sus manos la pluma de ave, empapaba de tinta su cálamo y escribía: “Nada te turbe, / nada te espante, todo se pasa, / Dios no se muda // La paciencia todo lo alcanza; / quien a Dios tiene / nada le falta: / sólo Dios basta”.

Segunda confesión en esta columna: envidio la fortaleza de esta monja de clausura. Si ella pudiera viajar a mi tiempo, habría tomado un recipiente del refrigerador para comprobar con asombro que está frío aunque el aire de la cocina sea cálido. Si ella pudiera manejar mi coche habría llevado su obra a muchos lados. Si ella hubiera tenido esta computadora, cuántas maravillas habría escrito. Cinco siglos nos separan y la nada, la reflexión sobre la nada, nos une.

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