Este lunes se cumplirá un año más de la matanza de Tlatelolco, en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. El movimiento estudiantil, fuerte, decidido y vigoroso de 1968, puso contra las cuerdas al régimen, que respondió con la fuerza y la agresión para tranquilizar la situación y “volver al orden”.

Actualmente, valdría la pena reflexionar la fortaleza o debilidad que tienen los movimientos estudiantiles en el país, en su papel de ser un contrapeso y una pared frente a los excesos del régimen y del sistema político-económico que carcome el país desde inicio de los ochenta.

Desde luego que tenemos que partir de contextos sociohistóricos distintos, con sus respetivos matices y características, pero inicialmente surgen dos preguntas para el análisis. ¿Están a la altura de lo que demanda el contexto político y social del siglo XXI? ¿Qué les falta para fortalecer la articulación entre sus integrantes y convertirse en un referente de oposición social que preocupe al sistema?

Fuera de los estudiantes de las normales rurales —de los estados de Guerrero y Michoacán, principalmente—, han carecido de visibilidad mediática y de presencia en las calles durante el sexenio de Enrique Peña Nieto (EPN).

Después de la tragedia del sismo de 19-S, se volvió a notar la fuerza y la importancia de la unión entre jóvenes estudiantes, sobre todo, de la UNAM y las universidades públicas de la capital, que han respondido con la ayuda y la energía que amerita la situación.

¿Qué pasaría si, dentro de la heterogeneidad de ideologías, prácticas y gustos, los jóvenes universitarios de este país se unieran en una sola causa, en un frente, contra el sistema político-económico, y que ese frente creara una estrategia con acciones a seguir en varios rubros, entre ellos el electoral?

Tal vez usted, amable lector, lo vea como una posibilidad, o como una utopía o lejos de la realidad. Pero la respuesta de la denominada sociedad civil en los días posteriores a los sismos que afectaron la Ciudad de México, Puebla, Morelos, Oaxaca y Chiapas, ha mostrado que la clase política tiene miedo del resultado de una organización más vigorosa y decidida conforme avance el proceso electoral.

Es indudable las similitudes en las formas de ejercer el poder por parte de Díaz Ordaz y Peña Nieto, por más distancia que quieran poner los voceros del régimen, los priístas y la propia administración federal. El talante autoritario del PRI nunca desapareció, aunque nos hablen y digan de un “nuevo” partido y de “jóvenes” que lo encabezan.

Si bien todavía el “gobierno” de EPN no tiene en su récord una matanza estudiantil como la ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, su balance y su relación con los estudiantes tiende hacia la enemistad: recortes a la educación pública cada año, desaparición y ataque contra cientos de normalistas en todo el país, y su falta de cultura —por decirlo sutilmente— es una afrenta contra la educación y la preparación que busca la mayoría de los estudiantes.

Es momento de decisión en el país. La sociedad necesita de reacciones y responder enérgicamente ante los excesos y la desvergüenza de la clase política. Un movimiento estudiantil fuerte, vigoroso y con estrategia es, desde mi punto de vista, algo más que urgente para hacer frente al sistema.

Si no, en un año, o en menos, 5, nos lamentaremos profundamente y quizá en un contexto donde ya no podamos resolver daños y perjuicios irreversibles, producto de permitir hacer y deshacer a una clase política sin mínimo de ética y preocupación social.

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