Morena celebró el domingo pasado su primer Congreso Nacional después del contundente triunfo del 1 de julio. En este encuentro se tomaron tres decisiones importantes: una promisoria y dos cuestionables.

La decisión promisoria es crear un Instituto Nacional de Formación Política que tendrá la responsabilidad de formar y capacitar a los militantes del partido y preparar a sus futuros candidatos. De acuerdo a la reforma estatutaria aprobada, este órgano recibirá 50% de las prerrogativas federales que corresponden a Morena (la jugosa cantidad de 400 millones de pesos). En un contexto en que la ideología y la discusión programática han pasado a ocupar un segundo plano entre los partidos, resulta loable que una fuerza política apueste a la formación doctrinaria de sus cuadros. Esta iniciativa, que se planea replicar en las entidades federativas, podría fortalecer la existencia de un partido de izquierda programático que tanta falta le hace al país. Ojalá este espacio sirva para fomentar el pensamiento crítico y tenga una línea independiente del próximo gobierno. Ojalá también que logre incorporar a las nuevas generaciones porque hasta ahora ninguno de los consejeros que ha sido nombrados al frente del nuevo instituto se caracterizan por su juventud.

La segunda decisión —donde creo que podrían empezar los problemas— tiene que ver con la reforma que faculta al Comité Ejecutivo Nacional a tomar decisiones que deberían tomar los comités estatales, como el nombrar a delegados para sustituir temporalmente a los presidentes estatales y municipales. Ciertamente los consejos locales están desarticulados, pues muchos de sus presidentes o integrantes ganaron candidaturas y no hay condiciones para llevar a cabo en este momento procesos internos. Algunos dirigentes de Morena creen también que, al ser el suyo un partido tan nuevo y con un éxito electoral tan contundente, todavía no se ha logrado consolidar una institucionalidad democrática en el nivel local. Por ello consideran que, si en este momento se abrieran las afiliaciones y se convocara a procesos internos, habría un serio riesgo de que Morena se convierta en algo parecido al PRD. En cualquier caso, la decisión ha generado malestar entre algunas bases de Morena, que tildaron esta reforma de centralista (). Y es muy probable que efectivamente lo sea.

La tercera decisión, quizás la más cuestionable, tiene que ver con permitir la reelección inmediata a cargos de dirección ejecutiva. Hasta ahora, los estatutos del partido no permitían a quien ocupa un cargo en un comité ejecutivo municipal, estatal o nacional postularse nuevamente a un cargo del mismo nivel. Con esta reforma algunos cuadros podrían mantenerse hasta nueve años en un puesto de dirección. La dirigencia morenista también justifica esta medida desde un punto de vista pragmático: la prioridad en este momento es conformar el próximo gobierno y no están dadas las condiciones para organizar un proceso interno. Sin embargo, una decisión como ésta va en el camino de conformar burocracia partidaria que eventualmente se eternice en la dirigencia, con el riesgo de crear una distancia mayor entre la dirigencia y las bases del partido; algo que Morena ha querido evitar desde sus orígenes.

A principios del siglo pasado, el sociólogo alemán Robert Michels resaltaba una contradicción inherente a todos los partidos políticos —de izquierda o de derecha— que llamó la “ley de hierro de la oligarquía”. La contradicción radica en que, a pesar de que los partidos son las principales instituciones de la democracia, difícilmente llegan a ser organizaciones democráticas. Su lógica organizativa no es democrática porque cualquier forma de organización implica una tendencia a la oligarquía. A la corta o a la larga, decía Michels, todos los partidos tienden a formar una burocracia que se adueña de los destinos de la organización y tiende a apartarse de sus bases. Más temprano que tarde sabremos si Morena también está empezando a formar su propia oligarquía.

Investigador del Instituto Mora.
@HernanGomezB

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