La imagen de Anaya. Independientemente del desenlace de las hasta ahora mediáticas acusaciones de hechos punibles contra el candidato de México al Frente, el affaire de su enriquecimiento por vías cuando menos opacas podría contribuir a transparentar, junto a las operaciones cuestionadas, los gajes de la excesiva personalización de las luchas políticas. ‘Estilo americano’, llaman los estudiosos europeos al tipo de campaña concentrado en la construcción de imágenes personales más que en la identidad de los partidos y la calidad de las propuestas. Se ha escrito mucho que este modelo ha desdibujado los trazos esenciales de las principales corrientes políticas, así como de la pérdida de lealtad a los principios y del consecuente transfuguismo que propicia, como ha quedado patente esta temporada.

Dado el papel central que cobró desde hace medio siglo la televisión en las elecciones de Estados Unidos, estrategas y publicistas determinaron que los principios y los programas no son fotogénicos ni telegénicos y las personas sí. Pero estos fabricantes de imágenes suelen omitir un efecto secundario del modelo, que se vuelve principal cuando se traduce en naufragios electorales como los producidos en Estados Unidos y como el que ahora amenaza la imagen en construcción de Ricardo Anaya. Y es que, igual que el ‘American style’ permite construir imágenes personales al vapor, también posibilita destruirlas de manera instantánea. Este es el corazón del juego al ‘estilo americano’. Por algo hay toda una industria de exploración de fragilidades y vulnerabilidades de imágenes al servicio de quien requiera derrumbarlas.

De esta manera, movimientos o frentes asociados a la construcción de imágenes personales suelen correr la suerte que corra dicha imagen, como en el presente caso en que se fabrica un ícono contra la corrupción y de pronto surge una noticia que lo rehace y recoloca en el bando de la corrupción. Son frecuentes los ejemplos de manufactura de imágenes idílicas, fervorosamente familiares, que se hacen añicos con un testimonio de infidelidad conyugal; de imágenes de héroes de guerra que caen en pedazos con alguna evidencia de participación en un acto pacifista; de cruzados contra la inmigración que se desploman con la exhibición de indocumentados en sus negocios o su servicio doméstico.

Antisistema: antiimagen. Dentro del ‘estilo americano’, el caso de Trump se inscribe en la nueva época del auge del discurso antisistema. En consecuencia, el presidente estadunidense se construyó una antiimagen, o una imagen de destructor de imágenes: de las imágenes hasta entonces valoradas por la mayoría estadunidense, pero despreciadas por una minoría enorme que lo eligió. Éstas serían las imágenes como valores de la verdad, la igualdad y la tolerancia. O la del respeto a mujeres y minorías. O la imagen de las bondades comúnmente aceptadas de los programas sociales promovidos por los demócratas, o de las generalmente asumidas ventajas para todo el mundo de las políticas de libre comercio. Para los electores de Trump, su antiimagen se volvió por lo mismo invulnerable, mientras sus oponentes tardaron en percatarse de que no le daña poner en evidencia sus mentiras y afirmaciones engañosas, precisamente porque no hay una imagen a vulnerar, sino una antiimagen que se re afirma y fortalece al quedar exhibidas sus trampas y zafiedades.

Culto a la personalidad. López Obrador es una mescolanza. Su inconmovible personalismo forma parte de la imagen que se ha construido por dos décadas al ‘estilo americano’ clásico, es decir, a partir de una intensa y extensa presencia mediática. Pero participa también del estilo antisistema y antiimagen de Trump, que lo mantiene invulnerable en sus filas, entre sus propios y sistemáticos bandazos e inconsistencias en todos los órdenes. Pero su estilo resulta también indisociable, en otro aspecto, del modelo del culto a la personalidad de los líderes eternos del socialismo real, por cierto, más cubano y tropical que soviético.

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