Las noticias de amigos o conocidos que padecen cáncer —en algunos casos en fase terminal—, proliferan todos los días y se han convertido en tema de conversación que muchas veces pesa en el ambiente y en el estado de ánimo de las personas.

Cuando se llega a cierta edad, luego de atravesar el medio siglo y acercarnos a la cuenta regresiva, el terror se apodera de nosotros, si un dolor persiste en el abdomen, en la cabeza o en cualquier parte del cuerpo.

Pasa el tiempo, el dolor continúa, el miedo se instala en nuestros pensamientos y alcanza a entrar más allá de la mente, aumentando el malestar. Cuando el sufrimiento crece, nos decidimos a preguntar al médico de cabecera —lo hacemos por teléfono para que la consulta no nos cueste—. Grave error.

Por más que hagamos la descripción de los síntomas, el doctor tiene que auscultar, palpar para hacer diagnóstico y prescribir el tratamiento. Los que se curan se curan y (como dijo el filósofo de Guemes) los que no, no.

Los que no se alivian deben traer un mal mayor. Aquí empieza el calvario. La tecnología ha avanzado pero la etiología de las enfermedades sigue siendo un misterio. Estudios, filas en los hospitales, nuevos estudios, y luego, el golpe fatal: el diagnóstico del especialista que cae como un garrotazo al paciente y a su familia. El médico no sabe cómo decirlo pero tiene que explicarlo.

En algunos casos hay remedio, en otros, el desenlace tiene sus plazos perentorios, dependiendo del avance del mal y las características y la región de su presencia.

No soy médico pero me temo que así más o menos sucede. Nos preguntamos “¿porqué?”, “¿por qué yo?” y pensamos: “he tenido una vida normal, sin excesos, he cuidado mi cuerpo” y no cabe la resignación.

Algunos reciben con entereza la información y hacen lo que tienen que hacer, según la gravedad: acuden a la quimioterapia o se instalan en sus casas a esperar la conclusión de la vida y a repasar los momentos felices y los no tan felices de su existencia. Dios nos libre de transitar por ese viacrucis, pero por ahora pienso en amigos postrados, en conocidos a quienes llegamos a ver sanos y felices. ¿De qué demonios estamos hablando?

Los primeros grandes descubrimientos sobre el cáncer fueron del investigador Otto Heinrich Warburg (1883-1970), a quien le otorgaron el premio Nobel en 1931 por su tesis “La causa primaria y la prevención del cáncer“.

Hasta entonces, el cáncer era un misterio insondable, del que se desconocían sus causas. Aún hoy el padecimiento tiene raíces ignotas, enigmas inexplicables.

La tesis de Warburg ha sido el fundamento para nuevos avances en el estudio de una de las enfermedades mortales de nuestra era.Su afirmación es irrebatible hasta ahora: el cáncer es la consecuencia de una alimentación antifisiológica y un estilo de vida antifisiológico. Qué quiere decir esto:

Una alimentación antifisiológica (dieta basada en alimentos acidificantes y sedentarismo), crea en nuestro organismo un entorno de acidez. La acidez, a su vez expulsa el oxígeno de las células.

O sea que un entorno ácido es igual a un entorno sin oxígeno. Estamos hablando de un hallazgo que mereció el nobel de Medicina en 1931. Cuántas muertes pasaban a las estadísticas como paros respiratorios o cardiacos cuando en realidad el origen estaba en el cáncer. Warburg afirmaba que “privar a una célula de 35% de su oxígeno durante 48 horas puede convertirla en cancerosa.”

El mismo Warburgen en su obra “El metabolismo de los tumores“, demostró que todas las formas de cáncer se caracterizan por dos condiciones básicas: la acidosis y la hipoxia (falta de oxígeno). Al lado de este descubrimiento brillante encontró que las células cancerosas son anaerobias (no respiran oxígeno) y no pueden sobrevivir en presencia de altos niveles de oxígeno. En cambio, sobreviven gracias a la glucosa, siempre y cuando el entorno esté libre de oxígeno.

Las conclusiones de este genio de la fisiología se resumen así: las células sanas viven en un entorno alcalino, y oxigenado, lo cual permite su normal funcionamiento. Las células cancerosas viven en un ambiente extremadamente ácido y carente de oxígeno.

En la próxima entrega seguiremos analizando este asunto. También daremos datos estadísticos que refieren que la enfermedad se da en mayor grado en países en desarrollo.

Por ahora nos duele saber que algunos amigos y conocidos nuestros sufren por este mal que azota a nuestra región, en nuestro tiempo.

Editor y escritor

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