Hace pocas semanas, en una charla en redes sociales, gente informada calificó a Carlos López Moctezuma como un eterno villano del cine mexicano, aunque los contertulios adivinaban que como ser de carne y hueso debe de haber sido simpático y gentil. Tuve la oportunidad de ser inoportuno y recordar en esa plática que en algunos papeles está lejos de ser el villano que todos recordamos: en Padre nuestro es víctima de la maldad e incomprensión de los hijos, por los que debe sacrificarse; en Modisto de señoras no sólo debe solapar que el falso amanerado D’Maurice le venda vestidos carísimos a su casquivana esposa Claudia Islas, sino que Garcés se la faje con el pretexto de medirle la ropa, y además abstenerse de asesinarlo para que no cayera sobre él la sospecha de que también a él se le cayera la mano; en ¡Qué viene mi marido! es víctima del falso suicida Arturo de Córdoba, quien se queda con la herencia de Amparo Morillo; en Campeón sin corona  es el manager del altanero boxeador David Silva (una metáfora de Rodolfo Casanova); en Así se quiere en Jalisco es el patrón entre malvado y generoso que no puede hacer cumplir el derecho de pernada sobre María Elena Marqués, y además es vencido por su subalterno Jorge Negrete.


Como villano, allí no fue eficaz; lo es en Pata de palo, donde muy comprensiblemente quiere chantajear a Eduardo Arozamena para que le permita ejercer el derecho de pernada sobre Lilia Prado, una de las más sensuales actrices del cine mexicano (se afirmaba que sus medidas eran similares a las de cualquier Miss Universo, aunque medía 25 centímetros menos); en El gendarme desconocido es vencido por el inepto policía Mario Moreno, quien además le da baje con la muy cachonda Mapy Cortés; es villano en Cuando los hijos se van sólo porque se esconde y hace creer que no fue él sino Emilio Tuero quien sale del cuarto de Gloria Marín, y además permite que crean que el inocuo Tuero robó el dinero que roba él; pero lo peor es que, muerto Tuero por el otro villano Miguel Inclán, se arrepiente en plena cena de Navidad, para tormento de Fernando Soler.


En las más de 200 cintas en que intervino, López Moctezuma ejerce con eficacia su oficio de malo: contra Jorge negrete, contra María Félix, a quien pretende hacerla partícipe del derecho de pernada; sobre cuanta mujer lujuriosa, con inocencia o maldad, lo hacía víctima de bajos instintos, más que a cualquier otro villano, Rodolfo Acosta aparte.


López Moctezuma es villano, torvo a veces, pero casi siempre redimible, sentimental, dispuesto al arrepentimiento (excepto en Pata de palo, donde muere al caerse de una azotea, como caían los villanos de esa etapa de nuestro cine, copiando a Jorge Arriaga, el malo malo de Ustedes los ricos). Y el lector comprenderá que tenía motivos para desear a Prado, que estaba en uno de sus mejores momentos; por otro lado, su físico se asemejaba más al de los galanes que al de los otros villanos; uno de los actores más altos de la época, rasgos finos, ojos claros, y su gesto fiero era menos fiero que el de sus colegas malvados; si se le despoja de la etiqueta de villano, su mirada sobre las damas jóvenes es menos perversa que la de Germán Valdés, para quien sus acompañantes son fugaces y momentáneas; o el de Pedro Infante, quien observa más las cualidades corporales que las conductas virtuosas de sus conquistadas; es más expresivo que Jorge Negrete, quien nunca logra convencer al espectador de su amor o cuando menos de su deseo por sus cointérpretes; por lo menos, es mucho más simpático si se le compara con los héroes o víctimas de sus dos cintas y actuaciones más sobresalientes (desde mi punto de vista, aclaro): en Un divorcio niega a plegarse a los chantajes de la siempre chantajista Marga López, quien no accede a vivir con él, a pesar de su bondad, su cariño por su hijita, su solvencia moral y económica, mientras no se muera su esposo inútil, porque ella no cree en el divorcio, y lleva su martirio al hecho de no presentarse a la primera comunión de la lacrimosa hijita, quien asiste sola a la ceremonia sólo porque sus papás son divorciados; López Moctezuma, con argumentos sólidos, hace tambalear la fe del sacerdote Julio Villarreal (uno de nuestros mejores villanos) al explicarle el porqué de su (¡horror!) ateísmo.


Más simpático es el villano que interpreta en una de las máximas joyas de nuestro cine, La estatua de carne, donde padrotea a la muy atractiva Elsa Aguirre, a quien apoda Yoconda porque la quemó con un cerillo de La Central, que tenía una copia del cuadro de Leonardo; la explota, la hace ir a las garras del antipático escultor Miguel Torruco sabiendo que su amor no tiene futuro (si se me perdona la expresión); se burla de los cambios de ella, de los que debió advertir porque ella dejó de masticar chicle y se puso a leer (además), y le tiene más cariño a un ratoncito blanco que a ella (Aguirre es culpable de que Torruco le sea infiel a la virtuosa Silvia Pinal, y luego de que ésta pierda sus manos al tratar de salvar la estatua culpable del drama, y por ello perder su oficio de pianista; Aguirre lleva a Torruco al paraíso de los infieles, que era Acapulco antes del PRD; sin embargo, nadie la tacha de villana), y se burla de todos las tragedias a su alrededor, hasta que el villano Mantequilla mete un gato a la jaula donde está el ratoncito; imposible que el espectador no le tenga más simpatía a López  Moctezuma que a Torruco.


López Moctezuma, además, fue un excelente actor que hizo que lo odiáramos aunque los testimonios aseguren que era un esposo fiel, entregado, y persona simpática y amable.

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