Hace 24 años falleció mi padre en un accidente automovilístico y recuerdo que la primera sensación que sentí fue de opresión en mi pecho. Siempre he escuchado decir que previo a un paro cardíaco duele el pecho, y no sé si lo que yo sentía en ese momento se asemejaba pero era un dolor muy profundo. Al paso de los años comprendí que todo se resumía en una palabra: miedo.

Podemos definir al miedo como la intensa sensación, habitualmente desagradable, provocada por la percepción de un peligro. Sin embargo, en los años de estudio sobre desarrollo humano aprendí que no era una sensación como lo dice la definición, sino un sentimiento, y que las sensaciones más bien son las que se manifiestan en nuestro cuerpo. Así relacioné aquel 15 de octubre que falleció mi padre; el sentimiento se llamaba miedo y la sensación era ese dolor profundo en mi pecho.

Después de enterrar a mi padre regresé a casa junto con mi mamá y mi hermano, recuerdo que la sensación de opresión había desaparecido, pero el miedo no. Recuerdo como al vernos sin dinero y con un futuro incierto ese miedo me acompañó a lo largo de toda mi vida, y nunca se fue. Como cuando fui a conseguir mi primer trabajo a los 14 años, cuando enfermaba, cuando terminaba relaciones sentimentales o cuando mis hijos nacieron, ese miedo estaba a mi lado y lo podía reconocer.

Cuando estudié más acerca ese sentimiento, encontré a una querida maestra que comentó en una de sus clases que existían dos tipos de miedo en los seres humanos. Aquel miedo que te paraliza y no te deja mover, y otro que con todo y las sensaciones que implica lo abrazamos y caminamos con él. Ahí me quedaba todo claro y comprendí que aquel miedo que sentí a los 14 años con la muerte de mi padre no fue un miedo paralizante, sino un miedo que abracé y que caminé con él.

Desde esa fecha y hasta el día de hoy he aprendido a vivir con mis miedos, abrazarlos y muchas veces a apreciarlos. Ellos me han acompañado a lo largo de mi vida pero no me han detenido, al contrario, al reconocerlos los puedo hacer presentes en mí, pero no he permitido que me detengan.

¿Por qué quise que ustedes supieran esta parte de mi vida? Porque la mayoría de la gente vemos al miedo como algo malo y resulta muy difícil reconocerlo. Sin embargo, reconocerlo nos puede permitir aceptarlo como parte de nosotros. De esta manera podremos vivirlo y asumirlo como un acompañante para adentrarnos en situaciones nuevas en nuestras vidas.

Al paso del tiempo puedo decir que mi historia pudo ser muy diferente si yo optara por asumirme y crecer con el miedo paralizante. Porque lo que sucede con este tipo de miedo es que nos lleva a una zona de confort o una zona de reconocernos como víctimas. El problema no es el confort o el que nos reconozcamos como víctimas, ya que esto puede darse en cualquier momento de nuestra vida, el detalle y lo realmente importante es no quedarse ahí y poder seguir creciendo.

En la psicología Gestalt se utiliza una palabra, en lo personal me gusta mucho y la trato de llevar en mi vida: fluir.

Fluir es una palabra hermosa porque al comprenderla y asumirla permite no quedarse en las tristezas, en los miedos, en las zonas de confort, en los negocios no funcionales o en lo fracasos.

El fluir te permite emprender y sé que tendrás miedo la primera vez que emprendas, y te doy un consejo: abraza tus miedos y camina junto a ellos hacía donde tú quieras ir, porque su compañía no te limitará nunca.

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