Me preguntan, queridos lectores, que si no tengo miedo. Y es que estas campañas, como nunca antes (incluyendo el temeroso 2006) han estado marcadas por eso, por el miedo.

El miedo a enfrentar las contradicciones, el miedo a hacer las preguntas incómodas, el miedo a preguntarse con quien es que cada quien se ha embarcado, comprometido.

Amigos míos muy queridos, conocidos a los que aprecio y valoro, otros a los que desde lejos observaba yo con, si no admiración al menos respeto, todos o casi todos han mostrado un lado que yo no les conocía, y que francamente no me esperaba: el del miedo al diálogo, al debate serio, a la autocrítica. Y es ese miedo el que, valga la redundancia, me preocupa de cara al futuro inmediato y de mediano lazo.

No puedo, y jamás me atrevería, a vaticinar el futuro. No sé quien va a ganar el 1 de julio, pero sí sé quien me parece el mejor, quien me resulta aceptable, quien no y quien es solo una figura de circo. Vivo, como seguramente muchos de ustedes, la disyuntiva de ver a personas buenas en alianzas o bajo siglas que no les corresponden, de ver el colapso inminente de las etiquetas político-ideológicas como lo conocíamos, de lo que probablemente será la mayor reconfiguración del universo partidista desde que Plutarco Elías Calles ordenó la fundación del Partido Nacional Revolucionario allá por 1929.

Presiento quién va a ganar, pero es absolutamente irrelevante compartirles eso o mi intención de voto, porque además no estoy seguro de si estaría yo infringiendo la absurda y mojigata ley electoral. Puede o no gustarme, pero no me atemoriza. Me preocupa como me preocupa todo en la vida, esa es mi naturaleza. Pero por razones que ya he explicado en otros espacios, no creo que vayamos a ser ni Venezuela ni Bolivia ni Cuba ni el EU de Trump. Es más, me parecen un poco catastrofistas, por no decir que irreales. El miedo como herramienta propagandística es el preludio del fascismo, del totalitarismo.

Y eso, más que desviarme, me lleva al punto central de este texto. Gane quien gane, ya va siendo hora de que pensemos en restablecer el diálogo respetuoso, ya no digamos entre actores políticos o candidatos, sino entre usted y yo, entre nuestro círculo familiar, laboral, de amigos. Que recordemos que más que anayistas, priístas o morenistas somos personas que tienen visiones diferentes de lo que requiere el país, pero compartimos en lo esencial principios, valores, virtudes y defectos.

Este país enfrenta enormes retos y dificultades, enemigos tremendos. Pero esos enemigos no somos nosotros.

Imaginémoslo.

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