“La conciencia del vacío, su vivencia y apología, representan una oportunidad para encontrar una luz entre la oscuridad del día a día, dentro  de la vorágine ansiosa que nos contiene”, Sevilla, Héctor (2016)

El vacío y la ausencia son dos cosas que me obsesionan. Debe ser que las he experimentado, incluso hasta provocado, en más de una vez. Recurrentemente intento establecer analogías, construirles formas, las busco en cualquier circunstancia que simule una invitación para nombrarles, y entonces, aparezcan.

Para mí, la ausencia se ha convertido en esa amiga a la que uno invita de manera frecuente a la casa a tomarse una cerveza, y mientras uno habla en calidad de monólogo para escuchar en voz alta los propios pensamientos, ella sólo escucha y finge interés. Aún así, aunque ella no me devuelva ninguna respuesta, la necesito cerca. Aunque no diga nada, intuyo su presencia, es un pequeño fantasma algo ruidoso, a veces me asusta un poco porque se niega a dejarme en paz un rato, pero no hace daño, no es su intención. Sé que existe, la he visto aparecerse en los rincones de la casa, en las marcas de los objetos que le pertenecieron al que ya no está. La he visto caminando hacia el baño por las mañanas después de las noches de soledad en la habitación. La he sentido rondar por mis memorias, se pasea entre las fotografías y los años. Y cuando no la invito, de pronto aparece por la puerta, se sabe de memoria mi dirección. Ha llegado sorpresivamente y me descontrola por momentos, me trastorna y me provoca el llanto. Cuando hace eso no viene sola, ha llegado con la nostalgia. Pero todo es distinto cuando la invito yo, me acompaña silenciosamente y le sonrío, podría convertirse en mi más fiel amiga.

A la ansiedad la conocí hace menos tiempo, hemos estado entablando diálogos cada vez más cercanos y más frecuentes. Ella simplemente aparece y se sienta en mi mesa mientras tomo el café por las mañanas; o cuando trabajo, de pronto interrumpe mi concentración y me desvía hacia otros pensamientos. Es mal educada, intempestiva, egoísta e inoportuna. Llega y simplemente desborda todo. Irrumpe por las noches silenciosamente hasta mi cama, se escabulle por debajo de las sábanas hasta que me atrapa en mitad del sueño para despertarme de la forma más desquiciante; entonces se apodera de mi conciencia. Luchamos, intento dominarla, busco estrategias para vencerla, ahuyentarla, pero es más lista que yo, conoce muy bien mis debilidades y mis preocupaciones, así que las usa sin miramientos para atacarme. Termino agotada, ha golpeado mi cabeza y todo retumba en mi cerebro... mi cuerpo está desconectado, no lo siento... sin luchar más acepto mi derrota. Pero es de madrugada, y afuera en la calle no hay movimiento, me sumerjo en  un viaje que me lleva a lo que pienso y lo que siento... llega la hora de mi cita con el vacío.

El vacío es uno de mis amores imposibles, representa esa figura inalcanzable que se admira y se respeta. Y como todo imposible, el deseo de conocerlo, de tenerlo, es aún mayor. Entablar una relación con él supone una seductora experiencia, una elaborada conquista que se va planeando poco a poco, afinando cada detalle para el tan esperado encuentro. Pero el vacío es algo extremo, su personalidad no es fácil de descifrar, menos su conducta. Es tan complejo que se debe pensar muy bien en qué lugar se le va a recibir, en qué momento y en qué condiciones. Si lo recibo en mi casa, buscaré el espacio menos ordinario. Si le doy la bienvenida en mi cuerpo, seguramente entrará sutilmente por las emociones hasta alojarse en la conciencia. Si le digo que nos encontremos en medio de la calle, probablemente él se distraiga y se equivoque de persona; porque seguramente muchos le estarán llamando al mismo tiempo, aún en medio de la muchedumbre. Conocerle quizá me lleve mucho tiempo, algún día espero estar frente a él, y sin miedo, entablar una madura y delicada relación sin fin.

A mis amigos no los elegí yo, ellos me encontraron a mí. Tampoco es que el proceso haya sido fácil, como en toda relación de amistad hay quien domina más que el otro; hay quien permea en las ideas de forma más evidente que el otro; hay quien transforma más y hay quien daña más que el otro.

Contacto: Twitter @CDomesticada
Piedad es artista visual con maestría en Diseño 
e Innovación en Espacios Públicos. 
Actualmente es profesor de cátedra en el 
Tec de Monterrey campus Querétaro.

Google News