El miércoles 7 de octubre desperté con la noticia del premio Nobel de Química 2020.

Las investigadoras galardonadas, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna de Francia y Estados Unidos correspondientemente, fueron reconocidas por el desarrollo de una técnica para realizar edición genética de manera muy específica.

Aunque conocida popularmente como “tijeras moleculares”, la herramienta que las galardonadas desarrollaron se llama CRISPR-Cas9 y, cómo toda tecnología, su fundamento está en la ciencia que busca responder preguntas independientemente de la utilidad que después se le pueda encontrar.

En breve, durante los años noventa e inicio del nuevo milenio, el investigador español Francis Mojica fue pionero en el hallazgo de pequeños fragmentos repetidos de ADN en el genoma de las bacterias que provenían del ADN de virus.

Es decir, en algún momento un virus tomó por asalto una bacteria y como estrategia de defensa, la víctima robó retazos de ADN del asaltante y los guardó en su propio genoma. Estos retazos se agregaron en el ADN de la bacteria, como si fuera una huella digital del virus repetida muchas veces para no olvidar quién la invadió. Así, la información adquirida se convierte en un registro o una base de datos para poder reaccionar en su futuro, así como heredar la información a las células hijas.

A este sistema de memoria adquirida se le llamó CRISPR, que en español significa “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas a intervalos regulares” y resulta en el reconocimiento de potenciales peligros para poder reaccionar y sobrevivir a una nueva infección. Así, cuando existe peligro, el sistema CRISPR de la bacteria lo reconoce y entonces usa la proteína Cas como arma, la cual corta únicamente el ADN del virus que la memoria genética recuerda.

Esta defensa es tan simple como infalible, encontrada en la naturaleza, no demoró en convertirse en el principio para el desarrollo de tecnología que permitiera realizar direccionamiento guiado para el corte de ADN e incluso, su modificación.

¿Para que quisiéramos modificar ADN? Diferentes aplicaciones se han encontrado, desde el mejoramiento de cultivos hasta el tratamiento de enfermedades. Hoy, las “tijeras moleculares” o CRISPR-Cas9 se usan para estudiar y tratar padecimientos con base genética, incluida la diabetes, distrofia muscular, anemia falciforme y varios tipos de cáncer.

Fuera del entorno del Nobel, la polémica está interesante. En cuanto a protección intelectual, los equipos de las galardonadas se disputan las patentes debido al impacto económico que podría tener en la industria farmacéutica; y aunque su uso aún no es seguro para humanos, recientemente He-Jiankui ha sido condenado a tres años de cárcel por usar CRISPR-Cas9 para editar genéticamente bebés.

El dilema ético sobre si se usa en humanos, así como su propósito, es una discusión en curso; además, ¿quién tendría el acceso a esta tecnología cuando gran parte de la población ni siquiera tiene acceso a servicios básicos de atención médica?, ¿queremos generar mayores distancias sociales basados en el poder adquisitivo para “mejorarnos” genéticamente? Quizás sea un buen momento de volver a ver la película “Gattaca: experimento genético”, de 1997.

Nota final: Al atardecer del mismo 7 de octubre, se dio a conocer que Mario Molina Pasquel y Henríquez, quien fue el ganador del Nobel en 1995 había fallecido. No queda más que reconocer la gran labor que desarrolló como investigador, que ha sido y seguirá siendo fuente de inspiración para estudiar una carrera en ciencias.

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