El miércoles 2 de octubre había quedado con mi amigo Chirino de vernos en la Prepa 6 para ir al mitin de Tlatelolco.}

No acudí porque esa tarde me fui al cine con mi hermano Francisco. Había insistido toda la semana y más ese día en ir al cine porque era el último día que pasaban esa película. La programación la cambiaban los jueves. ¿Qué película era?

Hasta hoy no lo sé. Se ha borrado todo de mi mente. He buscado en las carteleras la película del miércoles 2 de octubre de 1968 en el Cine Continental, en Avenida Coyoacán, México, y no la he encontrado. Si alguien lo sabe, me gustaría saberlo. Ver un ejemplar de ese día de EL UNIVERSAL o  Excélsior (1).

Sólo recuerdo vagamente el regreso del cine ya muy noche en el camión lleno, de la colonia Del Valle y las caras largas de los pasajeros. Algo había sucedido en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, un silencio lúgubre flotaba en el ambiente.

La limpidez manchada antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, que fue el sábado 12 de octubre.

A mi amigo Chirino no lo volví a ver hasta fines de noviembre o principios de diciembre, en que volvimos a clases. Él sí había asistido al mitin de Tlatelolco y le había sucedido lo peor. Nunca quiso hablar del tema ni saber más de política. Por fortuna estaba vivo. Creo que estudió algo de ciencias físico-matemáticas y ya no supe más de él. Lo recuerdo con un suéter verde y su pelo chino, aborregado. Espero que siga vivo y esté bien.

Poco a poco después del 2 de octubre fuimos sabiendo por los reportajes y los libros que fueron apareciendo. Entre ellos y en primer lugar La noche de Tlatelolco: Testimonios de historia oral (Era, México, 1971), de Elena Poniatowska, diferencias aparte con Luis González de Alba. En su momento escribió Gabriel Zaid:

—¡Qué bueno que no mataran a Elena Poniatowska, y que Elena no crea en el chisme, el silencio o los balazos, sino en la publicación! ¡Qué bueno que haya tenido el valor de enfrentarse al espejo de esa noche horrenda, durante meses, durante años, recomponiendo la explosión de la memoria colectiva, recomponiendo el espejo roto en mil pedazos por nuestra furia y nuestro desconsuelo! ¡Qué bueno que tenga el pudor, el verdadero pudor, de hacernos examinar esa herida! (“Pudores homicidas”, en Cómo leer en bicicleta, Océano, México, 1996, pp. 152-156).

Licencias literarias aparte, querido De Alba.

Yo, amante de los deportes, no quise saber nada de las Olimpiadas del 68 y me fui de vacaciones con unas primas a San Antonio, Texas. Allá supe de Vietnam por un soldado que había estado en la guerra. Regresé con discos de Bob Dylan, Cream, Rolling Stones.

Mucho más tarde leí Los días y los años de Luis González de Alba y tuve una idea más clara de lo que había sido el movimiento del 68.

La conciencia con retraso de los hechos; la fiesta y el drama en su momento.


Julio Figueroa es poeta y escritor 
(1) NdelaR. La película que se exhibió el 2 de
 octubre de 1968 en el cine Continental fue
 “El Cid”, una cinta italoestadounidense (1961), dirigida por Anthony Mann y con la actuación de Charlton Heston y Sophia Loren, entre otros.

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