De nuevo, mi solidaridad con Carmen Aristegui
A medida que se acerca el 1° de julio, sube la temperatura en la contienda. A pesar de que se insiste en que una democracia necesita información amplia y cabeza fría para decidir el voto, lo cierto es que amplias franjas de la ciudadanía están conectadas de forma emocional con el proceso electoral. Es el factor afectivo lo que conecta con una competencia llena de guerra sucia y de mucha información falsa o manipulada. El resultado en un revoltijo que se expresa en diferentes estados de ánimo.
Hace algunos años, Régis Debray escribió que la política está inundada de elementos afectivos. Estamos sumergidos en una serie de filias y fobias, a través de las cuales nos acercamos o alejamos de los candidatos. Por supuesto, el modelo de spotización está diseñado para producir emociones. Además, si añadimos que los debates están plagados de argumentos con información manipulada y de un discurso político que polariza, queda un margen muy reducido para que el voto se pueda alimentar de razones puras.
Sin embargo, como ya lo expuso Manuel Castells, el poder funciona dentro de un universo que mueve pasiones y emociones. Los impulsos del voto son variados: los grupos que intercambian su apoyo en el clásico clientelismo que compra y vende el sufragio; otros que ejercen chantaje; los que votan por convencimiento y cercanía a propuestas. En medio de esto existen votos emocionales que se mueven por miedo o enojo, pero también hay otros de esperanza. Por supuesto que se pueden mezclar; no hay sólo blancos y negros, sino una ciudadanía que se caracteriza por la desconfianza sobre la política. Sin duda, resulta valioso que a pesar de todo haya deseos de participar, incluso para elegir “al menos peor”.
Hace unos días, el presidente Peña Nieto, que personifica una enorme reprobación ciudadana, dijo: “que los mexicanos razonen su voto […] menos víscera y más razón” (EL UNIVERSAL, 9/V/2018). En esta elección se ha repetido que hay enojo y coraje más que miedo, como en 2006. Por eso circulan consignas en favor de que no hay que votar con enojo. Esta posición significa que el enojo se traduce en un sufragio antisistema, que de forma contundente es la posición que ocupa AMLO, puntero en todas las encuestas que se han publicado. Sólo dos ejemplos: en Reforma (2/V/2018) AMLO lleva 18 puntos, y El Financiero (14/V/2018) le da 20 puntos de ventaja. Ese voto se expresa como la necesidad de un cambio en el país. El panismo de Anaya no lo ha conseguido porque representa una continuidad suave del actual gobierno, en tanto que Meade representa la continuidad dura.
En un país que vive atemorizado porque hay un 74.9% de la población de 18 años en adelante que se siente inseguro en la ciudad en la que vive, en la calle, el transporte público (Inegi, 17/VII/2018), las campañas electorales del miedo resultan completamente obsoletas. Estas percepciones nos hablan de un país que ha cambiado en los últimos doce años. A pesar de todo, en una encuesta que publicó Reforma (18/IV/2018) se pregunta por las palabras que mejor definen el estado de ánimo en esta elección: un 25% dijo miedo; un 32%, enojo, y un 40%, esperanza. Podemos entender que haya enojo con la situación del país, y también se ve temor, pero lo sorprendente es la esperanza.
Parece que habrá más votos con esperanza y menos con miedo, enojo y víscera…
Investigador del CIESAS. @AzizNassif