El pasado 13 de septiembre atendí una amable invitación para participar en una mesa redonda sobre la aeronáutica en nuestro país en la 13a semana de la Sociedad de Ex-alumnos de la Facultad de Ingeniería (SEFI) de la Universidad Nacional Autónoma de México. Me emocionó mucho volver a circular junto a las islas, la Facultad de Ingeniería y el emblemático Estadio Olímpico Universitario.

La última vez que lo hice tenía apenas 11 años cuando mi padre me llevó a un clásico América vs. Pumas; ese América de Zelada, Tena, Aguirre, Brailovsky, Batata; aquel Pumas de Heredia, Negrete, El Tuca Ferreti y Edu, entre otros jugadores que recuerdo brevemente. En realidad, fue sumamente rejuvenecedor visitar la máxima casa de estudios de nuestro país, con su arquitectura, ese ambiente en el que se respiran oportunidades, avidez de conocimiento, necesidad de crecer y aportar al país, y que se mezcla en un agridulce almizcle, como muchas cosas en la vida, con el ambiente de inseguridad que vive la institución en estos momentos.

Ese día justamente se cumplía el 50 aniversario de la Marcha del silencio, esa marcha del 68 en la que participaron más de 250 mil personas, entre estudiantes, maestros, empleados y algunos civiles, que caminaron partiendo desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo capitalino, exigiendo sus derechos, demostrando que ellos no eran vándalos de la manera más sutil, con su silencio. Por eso dedico estas líneas #DesdeCabina, porque, además, la fecha de mi reencuentro con Ciudad Universitaria se llevó a cabo en medio de un momento crítico que vive hoy en día la Universidad Nacional respecto al involucramiento de grupos porriles y vándalos que buscan desestabilizarla.

Pero lejos de pretender entender o justificar una parte u otra —o las que existan, ya ni se sabe— o el origen de este histórico tema en la casa de estudios, más bien quiero reflexionar sobre la necesidad que tienen los jóvenes, estudiantes o no, de ser escuchados, de ser atendidos, de que se les generen espacios donde discutan, compartan ideas y donde puedan hacer que estas ideas e inquietudes tengan un origen y término positivos; espacios donde, sin intereses ocultos ni la mano de terceros, se involucren las autoridades universitarias y que en la autonomía que ostentan apliquen la normatividad y recursos, y se vean fortalecidas y respaldadas por las autoridades civiles correspondientes. ¿Para qué? Pues para salvaguardar ese espacio, que es de los estudiantes, de México y también de la humanidad.

Las universidades deben ser lugares sí de discusión de las ideas, pero de paz de inicio a fin; deben ser espacios para el 
desarrollo y crecimiento humanos, mas no para el sembrado de violencia. Deben estar abiertas siempre al diálogo, del tipo que sea, pero en las condiciones de respeto y seguridad que se han requerido hoy y hace 50 años.

Yo como padre de jóvenes estudiantes vivo cada día esa difícil tarea de escucharlos, de tratar de entenderlos, de ser guía y ejemplo, de maximizar el impacto de mis palabras en sus mentes y corazones y, en medio de la voracidad de los medios de comunicación, tratar de entender sus silencios.

Rector de la UNAQ / @Jorge_GVR

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