El fin de semana pasado tuve la bendición (¡por 13ª vez!) de festejar el cumple de mi hija, y con motivo de ello la pasamos de fiesta todo el fin.  Fuimos a comer con los abuelitos y tíos al Tercer festival del Papalote, ¡estuvo increíble!, y ya por la tarde fuimos al cine a ver “The greatest showman”, a petición de la festejada, quien ya tiene sus gustos muy adolescentes y pide películas sin caricaturas, pero le encantó la idea de que estuviera doblada al español.

ALTO, ahí va un SPOILER ALERT por si no han visto la película, les aviso que haré comentarios sobre una parte de la trama que les revelará CASI el final, no digan que no les avisé.

Bueno, pues en la película —además del enano, mujer barbuda y elefantes— hay otras historias más comunes: la chica pobre enamorada del rico, y para hacer más dramática la diferencia social, ella es de raza negra (“negrita”, como les decimos de cariño en México) y él, blanco (casi casi raza aria).

Durante la película es notorio el titubeo del muchacho que tiene que “sacrificar” mucho por seguir el verdadero amor, y cómo la chica sufre porque se da cuenta de cómo la voltean a ver los de la clase alta. Cito, “¿no te da vergüenza que te vean con la servidumbre?”, imagínense la situación.

Pues bueno, durante la película, y especialmente cuando había escenas románticas de la pareja luchando con los juicios de la sociedad, mi hija me pregunta “¿Mamá, por qué no lo dejan que sea novio de la chica?”.  La primera vez le expliqué que eran de diferentes clases sociales.

Nuevamente me preguntó “pero ¿qué tiene que sean novios?, ¿por qué lo regañan?”  Ahí también le hice notar que eran de razas diferentes, explicación que recibió un mohín por respuesta.

Finalizó la película (no, no les diré el final, se trata de que la vayan a disfrutar) y saliendo mi hija retoma el tema y me dice “Pues yo sigo sin entender por qué no podían ser novios”.

Ahí a medio pasillo del cine, entre palomitas y letreros de las siguientes funciones, me llegó al corazón el ver que mi hija no sabe de colores o clases sociales. No le “brincaba” que ella fuera pobre y él rico, ella negrita y él blanco, simplemente no veía el conflicto en esta relación amorosa.

Y aún cuando ha sido una situación muy difícil, las relaciones interraciales e incluso entre clases sociales diferentes, creo que ya es tiempo de ir zanjando ese tema, de darle la importancia cuando la merece, y los demás casos valorarlos y quizá dejarlos pasar.

Mi hija no distingue razas, no distingue clases sociales, creo que tampoco distingue credos (no sé si habrá tenido oportunidad de vivirlo), ni tampoco distingue por qué unos sean altos, bajos, lacios, chinos, rubios, castaños, flacos, gordos, atentos o distraídos.

Ojalá pudiéramos lograr esto en cada niño, que no hagan diferencias entre las personas y que las valoren por quienes son, por sus virtudes y valores.  Veo mamás entregadas en cuerpo y alma en que su querubín amado se entere que vive en el mejor código postal y que su escuela es híper exclusiva y además son tatatataranietos del vecino de Napoleón.

Seamos más simples, más naturales, más amables. Como diría Jesús “amemos a los demás como quisiéramos que nos amaran”, eso simplemente es ser buena gente. ¿Te unes al club?

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