Para que un país tenga una actividad legislativa orientada el bienestar de la población se requieren dos variables fundamentales: una mayoría dialogante y una oposición constructiva. Sin estas dos variables, la actividad legislativa se convierte en una inútil lucha de poder, que confunde el triunfo partidista –el triunfo egoísta– con el deber de representar la voz de todos.

En México esas dos variables brillan por su ausencia. La mayoría legislativa ha probado con sus palabras y con sus acciones que no tiene mucho ánimo de negociar, de buscar consensos o de escuchar argumentos contrarios a los suyos. Se sienten cómodos en su papel de mayoría, siguiendo el estilo parlamentario del otrora partidazo.

Por su parte, en la oposición tampoco se han dado muestras de una postura constructiva. Asumiendo que no se cuentan con los votos para tomar las decisiones importantes, el trabajo parlamentario de la oposición se ha centrado en el juego de poder, en la campaña política permanente y en la radicalización de cualquier tema de trascendencia para nuestro país. La oposición se siente cómoda en su papel de minoría lastimada.

Esta dinámica en nada beneficia a México. Y como parte de la oposición estoy convencido de que si queremos que esta dinámica cambie, tenemos que empezar por casa: tenemos que hacer autocrítica, tenemos que salir del confort que nos otorga echarle la culpa de todo al otro, y tenemos que asumir que gran parte de la responsabilidad de construir un futuro mejor es nuestra.

Al día de hoy, una gran cantidad de mexicanos y mexicanas están altamente consternados por la deriva sin rumbo y sin sentido que ha tomado la oposición. Sienten que nadie los representa: ni el gobierno ni la oposición. Esto es algo muy grave. La falta de representatividad es uno de los principales síntomas de que la vida democrática de un país no marcha bien.

De forma apremiante, en la oposición debemos entender cuál es nuestro papel y debemos dar voz a todos aquellos que quieren dialogar, que quieren construir en común el futuro de México, y que quieren trabajar para terminar con la pobreza, con la desigualdad y con todas las injusticias que destruyen el espíritu de nuestra nación.

En este sentido, el desempeño de la oposición nunca debe medirse en función de la aprobación al presidente. Afirmar esto, sería afirmar que la política es un juego de suma cero donde el único objetivo es destruir al rival. Los legisladores de ninguna forma debemos entender la política como destrucción, y mucho menos los legisladores del Partido Acción Nacional, que llevamos en nuestra esencia el humanismo político.

La polarización política y la aniquilación pública del otro inhiben la vida democrática, y ponen en peligro el presente y futuro de nuestras instituciones. Los políticos debemos construir y no destruir, debemos buscar puntos de encuentro con los que piensan diferente, debemos trabajar más allá del partidismo por el bienestar general de la población.

Esto no significa firmar un cheque en blanco al presidente y a su partido. Significa retomar un rumbo constructivo como oposición. Con ideas claras y principios políticos bien definidos. Debemos apoyar todas las iniciativas que beneficien al país, defender a toda costa las libertades de los individuos y cuestionar todo aquello que pueda ser perjudicial para México.

Encuentro muy positivo que los mexicanos exijan que su voz sea escuchada. Tanto en la calle como en las redes sociales. Esa es la esencia de un país democrático. Muchas veces los políticos nos alejamos del sentir y pensar de los ciudadanos. Es cuando más errores cometemos.

Como oposición, los panistas jugamos un papel fundamental. Es momento de asumir el reto, no con el afán de dinamitar la gestión del presidente sino con la vocación de construir junto con él un México más justo para todos.

Diputado federal por Querétaro

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