Donald Trump está feliz con el gobierno mexicano. Desde el exitoso chantaje de los aranceles, la estrategia de castigo lopezobradorista contra los migrantes ha capturado a un número récord de centroamericanos, muchos de los cuales han sido deportados de México con una eficiencia que, como ha dicho el propio Trump, ya quisiera Estados Unidos. El resultado ha sido una disminución considerable en la cifra de detenidos cruzando sin documentos en la frontera sur estadounidense, tal y como quería Trump. Ahora, Trump aprovecha cada oportunidad para elogiar la nueva voluntad de colaboración entre los dos gobiernos. No solo eso. Se ha vuelto costumbre escucharlo decir que México hace mucho más que el Partido Demócrata para atender la amenaza de seguridad nacional que, de acuerdo con Trump, representan los migrantes. El hombre se ha salido con la suya y lo sabe.

El aparente éxito del plan punitivo acordado entre México y Estados Unidos le ha permitido a Trump presionar a otros países de la región. Guatemala, por ejemplo, está cerca de aceptar un acuerdo de tercer país seguro que terminará por poner en serios aprietos la frágil seguridad y la economía de un país sin la capacidad para recibir inmigrantes en busca de refugio. ¿Cómo se iba a negar Guatemala después de la adhesión mexicana a la estrategia de Trump? Imposible.

La nueva dinámica migratoria, en la que Estados Unidos impone una agenda de persecución migratoria a cambio de nada, servirá a Trump para venderle a su base electoral un logro que, aunque uno quisiera lo contrario, parece innegable: ha obligado a los otros actores del drama migratorio a hacer exactamente lo que él quiere, empezando por México, que se ha convertido, como nunca, en un país hostil para los inmigrantes. Trump presentará todo esto como un éxito sin precedentes. Dada la importancia que tiene el tema migratorio entre los votantes republicanos —tres de cada cuatro identifican la migración indocumentada como el mayor reto que enfrenta Estados Unidos— no es ninguna exageración decir que, al avalar por completo la estrategia trumpista, es posible que el gobierno de México haya beneficiado a Trump en su camino a la reelección y, claro, perjudicado seriamente al candidato demócrata que lo enfrentará el año que viene.

Es un grave error.

Para los demócratas, la colaboración entre el gobierno de México y Donald Trump en materia migratoria es un misterio preocupante. Hace poco entrevisté al político tejano Julián Castro, el único hispano que busca la candidatura demócrata. Castro me dijo que la respuesta del gobierno lopezobradorista a Trump le sorprendió. En las últimas semanas he conversado con representantes de otro par de campañas dentro del Partido Demócrata. Todos coinciden en que la adhesión del gobierno mexicano a la estrategia trumpista es, en el mejor de los casos, una capitulación, un acto innecesario de sometimiento. “Tendrían que haber esperado. No sé por qué cedieron tan rápido”, me dijo hace unos días un representante de campaña de uno de los candidatos punteros. Lo noté no solo contrariado sino molesto.

Tiene razón.

Para los intereses mexicanos habría una enorme diferencia entre tener un presidente demócrata en la Casa Blanca en el 2021 y tener que lidiar con Trump hasta el 2024. Para el gobierno lopezobradorista lo sería todavía más. Pienso en un ejemplo muy específico, relacionado con la agenda migratoria: el apoyo a un proyecto ambicioso de desarrollo para Centroamérica. El gobierno mexicano ha repetido hasta el cansancio su intención de impulsar una suerte de Plan Marshall para atender los factores de origen de la migración en la zona. Donald Trump respondió cancelando los poco más de 400 millones de dólares que Estados Unidos destinaba a la región (una cantidad de por sí risible) como castigo por la supuesta incapacidad de los gobiernos de El Salvador, Honduras y Guatemala para detener el éxodo actual. No hay razón para suponer que Trump cambiará de rumbo si gana la reelección. En otras palabras: con Trump al mando, el canciller Ebrard tendrá que seguir bregando para conseguir respaldo a un plan cuyo principal interesado no quiere sentarse a la mesa. ¿Qué ocurriría si gana un demócrata el año que viene? Exactamente lo contrario. A juzgar por varios de los planes migratorios anunciados en las últimas semanas, los candidatos demócratas creen firmemente en un proyecto renovado de ayuda a Centroamérica. La senadora Elizabeth Warren, que ya ocupa el segundo lugar en varias encuestas, propone cuadruplicar el monto de asistencia a la región, por ejemplo.

Como con el plan integral de desarrollo para los países centroamericanos, muchos de los proyectos lopezobradoristas encontrarían simpatía y amplio respaldo si ganan los demócratas. ¿Por qué empecinarse, entonces, en regalarle a Trump triunfos políticos? Quizá López Obrador tiene otros datos.

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