Probablemente usted llegó a verlos en los semáforos del Metro El Rosario, de 100 Metros, de Indios Verdes. Estaban ahí de ocho de la mañana a seis de la tarde.

Se les veía también en Insurgentes Norte, a la altura de Residencial Zacatenco, así como en Patio Ecatepec y Boulevard Ojo de Agua.

Eran niños de entre tres y 12 años. La tarea que tenían encomendada, mientras un hombre y una mujer los vigilaban a lo lejos, era pedir limosna a los automovilistas.

Forman parte del primer caso de mendicidad forzada que detecta la Unidad de Trata de la Policía Federal.

Hace tres años, Alejandra, una joven hondureña, fue contactada a través de Facebook por unos paisanos suyos: Manfredo y Wendy. Le hicieron ofertas de empleo, le propusieron ayudarla a cruzar la frontera y depositarla de manera segura en alguna ciudad de Estados Unidos.

Entre Alejandra y Wendy hay ciertos lazos familiares, así que Alejandra no desconfió: obtuvo algo de dinero y después de un viaje lleno de peligros y horrores, logró llegar a Tapachula, Chiapas.

Manfredo había ido a recogerla a ese sitio.

La trasladó a una casa en Coacalco, Estado de México, y entonces le dio la primera mala noticia. No había dinero para continuar el viaje a Estados Unidos. Y además, Alejandra tenía que reembolsar el dinero que Manfredo había gastado al ir a recogerla, y tenía que pagar también lo que diariamente estaba costando su manutención.

La joven fue prostituida. Pronto quedó embarazada de una niña. Su deuda creció.

En la casa de Coacalco había varios hondureños y había también tres niños. Todas las mañanas Manfredo y Wendy los llevaban en taxi a la esquina en que iba a tocarles trabajar:

—¿Me da algo para comer?

Cuando la denuncia llegó a la Unidad de Trata, los niños que la pareja explotaba tenían 8, 9 y 12 años. Pedían limosna en los semáforos de la zona norte de la metrópoli desde al menos tres años atrás.

En cuanto estuvo en posibilidades de hablar y caminar, también la niña de Alejandra fue obligada a la mendicidad. Diariamente, de ocho de la mañana a seis de la tarde, se le vio en los semáforos que los hondureños frecuentaban.

Más tarde se supo que cada uno de los niños colectaba alrededor de dos mil pesos diarios, a costa de pasar el día entero bajo los rayos solares, en medio del ruido y el humo de los escapes.

Cuando la policía tomó conocimiento del caso, la hija de Alejandra, de apenas tres años de edad, mostraba graves quemaduras en los brazos. Se las habían producido las horas de exposición al sol.

Cada mañana los niños recibían ropas andrajosas. En ocasiones, llegaron a sufrir violencias físicas de manos de sus explotadores. A Alejandra le habían quitado los pocos documentos que trajo de Honduras consigo.

Un día vio un anuncio pegado en un paradero de camión. Decidió pedir ayuda. Interpuso una denuncia en la Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres, Fevimtra. Su caso fue canalizado a la Unidad de Trata de Personas de la PF.

En noviembre del año pasado inició el seguimiento. Los agentes hicieron un registro fotográfico, documentaron los trayectos, la estancia de los niños en las esquinas, la vigilancia a que eran sometidos por sus explotadores.

Llegaron a un domicilio en San Francisco Coacalco. La investigación probó el delito de trata de personas en la modalidad de mendicidad ajena: los menores eran obligados a mendigar y al final del día les era arrebatado lo recibido: se les explotaba a través del sometimiento, y se abusaba de su estado de indefensión.

La Unidad de Trata de Personas asegura que este es el primer caso que se detecta plenamente en México. Sin embargo, los semáforos de la ciudad están infestados de niños.

Toca un alto y miramos hacia otra parte. Acaso bajamos el cristal de la ventanilla para extender unas monedas.

Luego el semáforo se pone en verde y seguimos adelante con nuestra vida.

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