Desde hace muchos años México sufre, en lo tocante al campo de la política, una sequía lastimosa. La aridez de nuestra clase política, de todos los colores, ha dejado al país en el estancamiento, secuestrado por los delincuentes, apesadumbrado por la ineptitud y harto de la corrupción y la impunidad. Esa mediocridad se exhibió durante el debate del domingo pasado: la superficialidad con que se abordaron los temas, la pobreza en la construcción de propuestas y las argumentaciones enclenques.

El debate implicó la repetición ad nauseam y con el mismo sonsonete de frases y promesas que fastidian. Ni los candidatos ni sus asesores han sido capaces de construir propuestas inteligentes y realistas para afrontar los problemas que nos agobian; en su lugar insisten en lo que parece su única obsesión: mostrar que sus adversarios son todavía peores.

¿Cómo evaluar el resultado del debate? Una manera es imaginar el objetivo de cada uno de los candidatos: el diagnóstico de la situación (ambiente de opinión, tendencias electorales, fortalezas y debilidades en los temas a debatir) y la estrategia para lograr el propósito.

Andrés Manuel fue a mantener su clientela y su amplia ventaja sobre el resto, no necesitaba más. Para eso precisaba no “engancharse” y dejar que se le resbalaran las acusaciones. Por eso no respondió a las que le soltó Ricardo Anaya: su militancia en el PRI después de los hechos de 1968 y del Jueves de Corpus de 1971; su decisión de postular a uno de los firmantes del Fobaproa como candidato de Morena al Senado; su “alianza” con la maestra Elba Esther y con Napoleón Gómez Urrutia; el papel en su equipo de Alfonso Romo, a quien años antes acusó de corrupto, y la cercanía con Manuel Bartlett, “responsable” del fraude electoral de 1988.

El tabasqueño se vio aburrido, incómodo, se retiró sin cumplir la cortesía de despedirse de sus adversarios y de los moderadores. No obstante ello, aguantó el golpeteo y algunas de sus propuestas, como la de reducir el sueldo de altos funcionarios y subirlo a los empleados mal pagados, le llegan a la gente.

Ricardo Anaya fue a intentar acortar la distancia que lo separa de López Obrador, y a convencer a franjas del electorado y a los poderes fácticos de que es el único que puede derrotar al tabasqueño; quizás gane dos o tres puntos.

Aunque carente de una trayectoria significativa, el joven maravilla es un ágil polemista y se preparó con esmero: estudió las vulnerabilidades de Andrés Manuel y Meade. Pero esto no fue suficiente, necesitaba noquear y no pudo. Aun así, lanzó una pregunta pertinente: ¿por qué no pudo “contagiar” de rectitud a sus colaboradores más cercanos: Bejarano, Imaz, Ponce? Andrés Manuel eludió el cuestionamiento y Anaya no supo acorralarlo. También a Meade lo cuestionó con rudeza y no obtuvo respuesta: “¿tu jefe, Enrique Peña Nieto, ha gobernado con honestidad? Sí o no”. Y le restregó su propia 7de7: Odebrecht, el socavón, la Estafa Maestra, César Duarte, Javier Duarte, Roberto Borge y la última, el festejo con rebanada de pastel con “su amigo” César Duarte.

Meade intentó meterse en la pelea y para eso volvió al papel de rudo, que no interpreta bien: “Traicionas, mientes y robas”, le dijo a López Obrador; incluso, lo llamó “títere de los criminales”. Pero le faltó contundencia y sentido del humor. Su propuesta de un Código Penal único es apenas un paliativo ante la gravedad de la impunidad; lo de ir por el dinero de los criminales, bien, pero no dijo cómo. Recupero una buena frase: “Dice Andrés Manuel que le gusta usar la escoba, pero más bien parece que lo que le gusta usar es el recogedor y lo que ha venido recogiendo son las peores expresiones de corrupción que han lastimado al país”.

Margarita Zavala se mostró fresca y clara en su agenda a favor de las mujeres; ni amnistía ni perdón a delincuentes. La venganza es dulce: si se mantiene hasta el final, le quitará votos a Anaya que podrán ser decisivos. Y El Bronco jugó a ser una réplica de sí mismo: mentiroso, pendenciero y agreste, un extremista de derecha cuya propuesta de mocharle una mano a los corruptos conectará con electores ignorantes y violentos.

En mi opinión, el primer debate confirma la medianía de quienes aspiran a gobernarnos y no modifica las posiciones de los tres candidatos mayores: Andrés Manuel en su cómoda ventaja, Anaya en segundo y Meade en tercero.

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