Ahora que concluyeron las precampañas, han quedado comprobadas una serie de sospechas iniciales en los distintos bandos. En cuanto a la experiencia Meade-PRI, aparecen elementos incuestionables que evidencian su peso específico y que tienden a condicionar el desarrollo de los trabajos y, aún más, pudieran resultar definitivos.

El binomio de piloto y coche en la carrera encuentran fortaleza y debilidad en su propia combinación; es decir, sus posibilidades dependen del otro, y gran parte de sus problemas también.

Un funcionario sin experiencia partidista formal, y mucho menos como candidato, en medio de una competencia cerrada, en la que, como personaje mítico, parece arrastrar una gran losa para subir. Una carga muy difícil, sobre todo cuando las encuestas tienden a ubicarlo en un pésimo lugar.

Y es que no sólo se trata de la pesada historia de corrupción, ilegalidades y abusos del PRI, sino también de su pasado reciente y de un presente lleno de cuestionamientos. Está pagando parte de la factura; no podía ser de otra forma.

Como ha explicado el propio Meade: “Habrá un deslinde claro de los problemas que tiene el país, de las circunstancias que hoy tienen insatisfechos a los ciudadanos (que) quieren ver que pongamos distancia entre los problemas, distancia entre aquellas instituciones que no les han dado resultados”. Pero no puede haber distancia ni con de Enrique Peña Nieto ni del PRI. No podría haberla sustancialmente, al menos no por ahora. Y, claro, esto lo ata de tal manera que podría desmarcarse de estilos, prácticas y conductas, pero no de la institución donde se han tolerado, promovido o escondido. Lo que, evidentemente, significa “terminar sin terminar rotundamente”.

De ahí aquello de que “es mucho lo que el país le debe al PRI en términos de su capacidad de generar consensos (…) el país no ha tenido un solo momento difícil en el que el PRI no haya estado listo en prestar su apoyo y solidaridad”. Lo que no ha abordado son los pésimos momentos que el propio priísmo le ha hecho pasar a México.

Aunque es cierto que se ha referido a algún escándalo de priísta en desgracia. “Nos duele profundamente —dijo— que Javier Duarte nos haya traicionado con la corrupción. Nos duele que haya lastimado nuestro prestigio, porque no nos define”.

Habrá que tomar en cuenta, también, que el ciudadano candidato no puede eludir su identificación con el priísmo —“háganme suyo” pidió entonces el ex secretario de Hacienda—, sobre todo porque los seguidores de ese partido no tendrían por qué asumirlo como su candidato, como uno de ellos, y no como un extranjero o un externo.

Es importante considerar que el ex funcionario tuvo que abandonar el bajo perfil sin una preparación previa y sin un proceso paulatino que le facilitara asumir los retos que enfrenta como candidato. Así las cosas: más allá de los “negativos” que registran encuestadores o aficionados, quedan de manifiesto su falta de experiencia y la deteriorada “marca” que representa, pues son una carga difícil de ocultar.

En cuanto al aprovechamiento de su perfil como funcionario profesional y honesto, la expresión más clara fue el spot que difundió el tricolor, en el que Ricardo Anaya habla muy bien del candidato priísta:

“El doctor José Antonio Meade Kuribreña —asegura Anaya en esta pieza comunicativa—, es un mexicano del que nos sentimos profundamente orgullosos y uno de los poquísimos que han ocupado tres secretarías de Estado, el único, habiendo participado en dos gobiernos emanados de distintos partidos políticos. No nos sorprende porque es una consecuencia de su preparación, de su solidez técnica; sobre todo, es una consecuencia natural de su verticalidad y de su extraordinaria calidad humana”.

Otro elemento que Meade soporta es la baja popularidad presidencial de quien lo puso en la candidatura. Los saldos de inseguridad, violencia, corrupción, impunidad, ineficiencia e incertidumbre, entre otras plagas, también influyen en la cuenta del ex funcionario. La inconformidad y decepción de amplios sectores respecto al gobierno peñista también restan.

La tendencia no le favorece. Con el tiempo en contra, hay un hecho innegable en torno a sus propósitos: la campaña tendrá que cambiar porque no despega.

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