Me disculpo por titular este artículo en inglés, pero el personaje aludido no tiene traducción al castellano. El 12 de agosto, al concluir la Asamblea Nacional del PRI, comenzó la cargada tradicional a favor del secretario de Hacienda, a pesar de que no ha portado nunca la camiseta de esa organización. La clásica línea presidencial, que sin ninguna consulta a las bases, elige a su heredero, se manifestó bajo el pretexto de la “modernización”; la doctrina del “nuevo PRI”, disfraz de Peña Nieto. La supresión de los “candados” significa la derrota de la militancia y la determinación de mantener un modelo económico reproductor de desigualdades.

Este modelo se instaló bajo el gobierno de Miguel de la Madrid. Siendo yo presidente del PRI se rehusó a involucrarse en cualquier acto partidario, aunque fuese intelectual. Un día llegué con tardanza a una comida de amigos, porque venía de encabezar un mitin relevante. Miguel me espetó: “para qué tanta demagogia si nosotros decidimos en el país”. Le respondí que era al revés y le recordé una frase de Don Rodrigo Gómez, padre fundador de la dinastía hacendaria: “Los gobiernos han respetado a las finanzas públicas, porque nosotros hemos respetado a la Revolución”. Tiempo después De la Madrid designó en la dirección del partido a un amigo tecnócrata que la Corriente Democrática reventó en 1988. Nuestra insurrección fue motivada por el abandono de los principios de la organización y la inminente implantación del ciclo neoliberal, que define hasta hoy el vacío ideológico del partido, 30 años de servidumbre.

Asistimos a la degradación de la política. El PRI pasó de ser un partido de Estado a uno hegemónico. Con la alternancia del 2000 se refugió en las gubernaturas y sus prolongaciones en el Congreso. Apostó a la primacía del dinero en los comicios y cuando volvió al poder en 2012 se enfrascó en realizar elecciones de Estado, a sellar acuerdos corruptos con la oposición, mientras se esmeraba en dividirla como método para postergar el tejido interminable de complicidades.

Quedó atrás el pacto de la simulación con la entronización del cinismo, sin pudor alguno. “¿Para qué disfrazar la disciplina como si fuera coincidencia intelectual?” Dice Jesús Silva-Herzog. Un partido autista sin esperanza de conquistar a la ciudadanía independiente. En espera de instrucciones, como “soldados” según la declaración de Peña Nieto. Sirvientes que esperan su turno para ser caudillos. Aspiran a ser el retrato de Dorian Grey, encarnado por  gobernadores impresentables como los Duarte, Yarrington, Borge, Medina, Granier y tantos otros, cuyos juicios se trastocan grotescamente en triunfos para el Ejecutivo que los designó. Como dice Lorenzo Meyer: “ese partido no nació para ser democrático, sino para administrar el poder que dice haber ganado en la Revolución”. Votar por ellos es refrendar la podredumbre estructural.

Convertidos en súbditos de la derecha nacional e internacional apuestan a la fragmentación de las izquierdas y a la promoción de una alianza nebulosa de otros partidos, como amigable tercer polo electoral. Mediante estos malabarismos de pizarrón y en busca de complicidades, confían en salvaguardar el poder para una tecnocracia fallida. A través de estas combinaciones, un gobierno que desaprueba el 76 por ciento de los mexicanos, pretende triunfar en las elecciones.

El propósito es claro y los antídotos también. El Instituto Nacional Electoral debe definir categóricamente las reglas del juego y utilizar su poder institucional para exhibir tarjeta amarilla o tarjeta roja a quienes infrinjan las disposiciones vigentes. Las permisibilidad de las autoridades o su cobardía frente a violaciones evidentes de la legislación en la materia, significaría un contubernio implícito frente a los inminentes abusos.

Es indispensable que los partidos se definan claramente frente a las políticas públicas prevalecientes. Cada uno debiera llegar a las urnas con su propia identidad. Habrá tiempo para las coaliciones parlamentarias generales o temáticas. Lo importante hoy es la recuperación de las ideologías y la democratización de los partidos. Aplaudo el esfuerzo de los disidentes en la Asamblea del PRI. Plantearon las tesis de la Corriente Democrática, pero no se atrevieron a romper. Los “plancharon”, pero espero que no sea para siempre.

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