Los discursos de Andrés Manuel López Obrador que dan por hecho que tales grupos van a votar por él tienen como objetivo que los demás demos por hecho lo mismo, con lo cual pueden terminar convirtiendo en realidad lo que profetizan.Sin embargo, no es solamente el discurso lo que ayuda a que la profecía se convierta en realidad, son también las circunstancias. Con ello me refiero, por una parte, a la situación que vive el país, que nos hace querernos agarrar de cualquier esperanza, y por otra, a los demás candidatos que participan.

Anaya es un joven con mucha energía pero inexperto que pretende vendernos la idea de que la edad es suficiente argumento para suponer que él es lo que necesitamos en términos de modernidad e innovación, falsedad enorme.

El problema es que no ofrece ningún proyecto. Esto es evidente porque en todos sus discursos lo único que dice es que el PRI ha sido corrupto, como si otros partidos no lo hubieran sido. Además habla como si él no tuviera cola que le pisen; pretende convencernos de que no es así y que acusarlo de ello es un montaje. Mientras tanto pasa el tiempo y no hay, de su parte, nada de propuestas.

El señor Meade no tiene tampoco experiencia en gobernar, aunque desde hace dos gobiernos haya tenido siempre nombramientos hechos por el presidente en turno, en los cuales ha mostrado ser un administrador correcto y más bien técnico, pero no un político.

Eso se nota en la campaña por su incapacidad para hablarle de manera atractiva a los ciudadanos. Pero además, y esto es lo peor, su discurso se reduce a defenderse y a retar todo el tiempo a los otros candidatos a debatir, aunque quién sabe qué es lo que quiere debatir.

Meade representa la continuidad, lo cual tiene su lado bueno y su lado malo. El bueno es la estabilidad macroeconómica que hemos vivido durante muchos años, que es muy importante, aunque él no lo dice, como tampoco ha sacado provecho de los avances que sí se lograron con los gobiernos priístas.

El malo es la identificación de su persona con un partido que representa la corrupción. Por eso hizo tanto esfuerzo por deslindarse de ese organismo, pero terminó teniendo que aceptar no sólo sus exigencias, sino el regreso de sus dinosaurios.

El candidato del “ya gané” no tiene competencia. Ninguno de los otros puede hacer esa profecía.

Lástima que haya dicho que si no gana es por fraude; ha costado demasiado y se ha incluido a demasiadas personas que cuidarán las elecciones como para pensar que eso puede suceder. Pero, si eso sucede, será otra profecía suya que se cumple.

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