Es el caso más reciente y uno de los más espantosos. El 22 de diciembre de 2016 se reportó el hallazgo de una niña abandonada en la calzada Ignacio Zaragoza, en la delegación Iztapalapa. La primer información señaló que la menor había sido dada por muerta. Testigos dijeron que quienes la habían abandonado eran un hombre y una mujer.

La niña fue trasladada al Hospital Pediátrico de Moctezuma. Tenía siete años de edad y una herida profunda en el labio superior. Le habían quemado la lengua, probablemente con un encendedor.

El parte médico fue desolador. La víctima presentaba lesiones en varias partes del cuerpo. Tenía huellas de encadenamiento en las manos. Heridas en etapa de cicatrización. Tumoración en la frente. Deformación en el cráneo. Cortes en el cuello, practicados con un instrumento punzocortante. Rodillas deformadas. Anemia, dermatitis y sarna.

El procurador Rodolfo Ríos logró que la niña fuera atendida en el Instituto Nacional de Pediatría. Le practicaron cirugías reconstructivas en el cráneo y el labio. Ríos instruyó también a un grupo de la Policía de Investigación: debían hallar a toda costa a los responsables.

Con trabajos --“porque no se entendía lo que se decía”, explica una funcionaria de la procuraduría--, la niña dio su nombre y el de algunos familiares. Pero “no sabía apellidos”.

A partir de los pocos datos aportados por la menor, la Policía de Investigación hizo cruces de información en el Registro Civil.

Casi tres meses más tarde los agentes dieron con un nombre: el del abuelo materno. El hombre reconoció a la víctima e informó que su esposa era la que se encargaba de cuidarla, porque él, desde hacía dos años, se había separado de su familia.

La policía llegó a un domicilio de Ixtapaluca, estado de México, en el que habitaban otros tres menores —de cinco, ocho y nueve años—, también en condiciones lamentables. Eran los primos de la niña. Todos habían quedado en manos de la abuela porque, dijeron, “a sus mamás les gustaba mucho el vino”.

La abuela había amenazado con “putearlos” si le contaban a alguien la situación en que se encontraban. Tenía un odio particular por la niña, a la que lastimaba con un tubo y mantenía encadenada a una ventana. Los nietos corroboraron los tratos crueles que recibió la menor. Algunos vecinos dijeron que llevaban tiempo sin ver a la niña y que la abuela les decía que el DIF se la había quitado.

La pequeña, según el relato de la funcionaria, no quiere ver ni a sus primos, ni a su abuelo, ni a su abuela. Se sabe esta tiene un “novio” al que la menor le tiene miedo.

Después de ser sometida a tratamientos de nutrición, dermatología, ortopedia, infectología y neurología, la niña se encuentra bajo protección de la procuraduría en el Centro de Estancia Transitoria para Niños y Niñas.

La abuela fue vinculada a proceso por maltrato y privación de la libertad. La Fiscalía espera que la sentencia corresponda al daño que la mujer infligió.

Según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, siete de cada diez niños mexicanos “padecen maltrato físico, mental o emocional”:

—71% de ellos sufre algún tipo de violencia por parte de su padre o de su madre.

—51.5% ha padecido violencia física.

—25.9% ha recibido violencia física grave.

Un estudio realizado por el Senado con datos del DIF indica que en 2015 el mayor número de casos de maltrato infantil se registró en Guanajuato, Yucatán, Puebla, Coahuila, Chihuahua y Sinaloa.

La funcionaria que me relató esta historia afirma que la denuncia puede evitar abusos y tratos inadecuados que dañen su salud, desarrollo o dignidad, o que incluso pongan en peligro su vida.
Pide denunciar en la Fiscalía para la Atención de Niños, Niñas y Adolescentes (5346-8694) o escribir al correo menores@pgjdf.gob.mx.

La historia me deja un agujero en el pecho. Al oír la historia recordé una frase de Schopenhauer: “Este mundo no puede ser obra de un ser benévolo”.

Tal vez tenía razón. Pero entonces depende de nosotros de que esto cambie.

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