Durante el mes de noviembre, particularmente los primeros días, el paisaje urbano en nuestra ciudad se viste de los colores de uno de los seres vivos más representativos del esfuerzo y la tenacidad, por todo lo que significa realizar una migración a finales del verano, de alrededor de 5 mil kilómetros, a una velocidad de entre 15 y 45 kilómetros por hora, desde Canadá y el norte de los Estados Unidos, hasta el centro de México en los bosques de oyamel,en ubicaciones muy específicas en los estados de Michoacán y el Estado de México. Me refiero a la mariposa monarca (Danaus plexippus). Millones de estos maravillosos insectos realizan un gran viaje que es digno de admiración y respeto por todo lo que implica para ese personaje con sus características de forma, tamaño y peso.

Tengo un recuerdo en particular de mi juventud, sin saber con precisión las fechas ni la frecuencia con que se presentaba, pero eran días donde el frío comenzaba y yo me trasladaba muy temprano en bicicleta a la escuela y junto con algunos compañeros, dejábamos nuestro medio de transporte en un lugar asignado para ello, que se encontraba cerca de las canchas de basquetbol que durante dos o tres días, junto con algunos árboles, amanecían tapizadas de mariposas monarca, y desde entonces observábamos durante el primer recreo, que con el sol de la mañana emprendían de nuevo el vuelo regalándonos un espectáculo que en muchos se quedó grabado para el resto de la vida. Poco a poco, calentándose con los rayos del sol, parecían cargar pilas para  continuar una travesía que en aquel tiempo ignoraba, pero que aprendí 
a apreciar por el volumen de mariposas y  la buena decisión de maestros y trabajadores de la escuela, quienes nos enseñaron a respetar a las mariposas en el lapso en el que descansaban en este rincón de nuestra geografía, y que luego continuaban lo que sería un último trecho hasta llegar a los lugares que albergan a su especie desde tiempos inmemoriales.

Tuve al paso de un poco más de una década, por esas formidables causalidades de la vida, la oportunidad de establecer un vínculo perenne con Michoacán y con ello la posibilidad de realizar algunos viajes a Angangueo, uno de los tantos santuarios donde las mariposas monarca llegan año tras año a pasar el invierno en los árboles de oyamel, un abeto que es el refugio predilecto de estos singulares insectos durante el tiempo que pasan en México. Resultó muy interesante saber, después de leer un delicioso libro titulado Mariposa Monarca, Vuelo de Papel, editado a finales de la década de los 80,  cómo es posible que nuevas generaciones arriben año tras año a los mismos lugares que lo hicieron sus ancestrales progenitores. Uno de los argumentos es el magnetismo que existe en el centro de nuestro país, marcado por la presencia del eje neovolcánico que cruza de este a oeste el territorio nacional, desde el Pico de Orizaba hasta el volcán de Colima. En dicho eje, coinciden a lo largo del tiempo la zona donde inverna la mariposa monarca. Junto con la orientación magnética, están tanto la orientación relacionada con la posición del sol y la orientación relacionada a luz. Estos tres elementos son fundamentales para que un insecto tan pequeño pueda realizar tan singular travesía a través de una parte de nuestro continente.

Cabe mencionar que hay una generación denominada “Matusalén”, que es la que realiza el viaje del Norte al Sur, e inclusive una parte de regreso al sur de los Estados Unidos y es la que se hospeda en nuestro territorio, ya que al regreso, son dos generaciones de monarcas las que realizan el viaje. Resulta otro espectáculo extraordinario ver en el santuario, durante la mañana, las ramas de los oyameles que parece van a caer de tan pesadas por estar tapizadas de mariposas que esperan los rayos del sol para volar. En el momento que la neblina cede el espacio a la luz y al calor, el paisaje comienza a vestirse de color y movimiento en un número incalculable de elementos que engalanan el aire y dejan en el asombro total a cualquiera que se digne de valorar la vida.

Por todo ello, ver cruzar a las monarcas nuestro cielo local, es una gran oportunidad para crear en esta entidad, mayor conciencia sobre el cuidado y protección de nuestro entorno, y saber que debemos asumir la responsabilidad de respetar y proteger a estos seres que realizan un largo y peligroso viaje hasta los santuarios, honrando con su presencia una de las más grandes maravillas naturales en el mundo y haciéndonos sentir mariposas en la panza, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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