El lunes pasado (14 de septiembre) Dawn Wooten, madre soltera de 5 hijos y enfermera que trabajó en el Irwin County Detention Center en Georgia, denunció negligencia médica en razón al mal manejo de Covid-19, así como la perversa práctica de un elevado número de histerectomías injustificadas y no aprobadas por las mujeres hispanas detenidas en ese centro. Atroz violación a la feminidad con un trasfondo que remite a los campos de concentración nazis. La enfermera denunció ante la Oficina del Inspector General del Departamento de Seguridad Nacional del que depende el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE).

El ICE se encuentra de nuevo bajo la lupa. Ante la difusión que se le dio a la denuncia, el organismo respondió en un comunicado que estaban tomando en serio las denuncias y reiteró su “compromiso con el bienestar y la seguridad de aquellos bajo su custodia”.

Palabras que, si revisamos los atropellos que históricamente se han cometido en los centros de detención de migrantes, se antojan vacías.

¿Qué está pasando con los derechos humanos en el mundo? ¿Por qué cuando hablamos de migración y deportación la ley juega a la despistada y voltea para otro lado?

En la conversa ción que tuve con Adelina Nicholls, directora ejecutiva de la Alianza Latina de Georgia por los Derechos Humanos, subrayó que desgraciadamente la terrible crueldad con la que se les trata a los migrantes en Estados Unidos no es una novedad, y anticipa que a la denuncia de Wooten le seguirán muchas más sobretodo por el negocio multimillonario que hay detrás de estos centros.

No hay que perder de vista el negocio millonario que para algunos representan estos centros. El gobierno de Estados Unidos destina al menos 3 mil millones de dólares para costear el sistema de detención de extranjeros, que se ocupa de los casos que están pendientes de resolver por los tribunales o cuya deportación había sido acordada. Buena parte de estos establecimientos pertenecen o son administrados por compañías privadas que cobran por noche. Como si fuera un hotel. Un hotel del terror. Mientras más se prolongue el juicio de un migrante, mejor para el negocio. Lo que es inaudito es que retirarles el útero a las mujeres no es lucrativo para nadie más allá del odio y violencia de género que éstos actos promueven.

¿Existe algo más miserable que lucrar con la miseria ajena? Sí. Despojar a seres humanos de sus órganos sin su consentimiento. Las atrocidades cometidas en nombre del racismo, la misoginia y la xenofobia no pueden quedar impunes.
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La muerte de la juez Ruth Bader Ginsburg, activista a favor de los derechos de la mujer, sólo subraya la necesidad de pelear más contra Trump y su deseo de imponer en la corte un juez conservador que haga espejo con su mentalidad inhumana. ¿Cómo encontrar algo de esperanza ante estas atrocidades? En la valentía y la sororidad de Dawn; en imitar la lucha de la juez Ginsburg; en la determinación de Adelina Nicholls para ayudar a los migrantes; en mujeres que eligieron denunciar, alzar la voz y luchar incansablemente a favor de las y los demás.

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