Lo que debió haber sido un relato lineal, sólido, certero, confiable, terminó siendo una comedia de enredos y equivocaciones, cuyo primer acto llamado “precampañas” acaba de concluir para dar paso a este segundo que será un largo paréntesis de obligados silencios: la llamada “intercampaña” que, en una de esas, nos hará extrañar la cotidiana tormenta de palabrería de partidos y candidatos. Y todavía falta el tercer acto, por fin con las campañas propiamente dichas a partir del viernes 30 de marzo; noventa días cruciales en los que se supone los candidatos ya podrán expresarse con toda libertad, hacer propuestas de gobierno y pedir abiertamente el voto para el 1º de julio.

Porque hasta ahora, la sobrerregulación ha originado un capítulo absolutamente fallido en donde está prohibido proponer pero está autorizado denostar. Además, la simulación de contiendas internas ha provocado una justificada rabia entre millones de mexicanos que jamás creyeron en los trabalenguas esos que al final de los miles de mensajes con que nos atiborraron, todavía decían que no estaban dirigidos a nosotros, sino sólo a sus partidarios.

En paralelo, los discursos básicos de los tres principales candidatos a la Presidencia fueron tan obtusos que sólo encontraron en la depauperación de los adversarios su razón de ser. Con decirles que lo más rescatable de este periodo ha sido el chavito Yawi y su na na ná ná ná. Para el anecdotario, la rabieta contra el secretario de la Defensa, la arañesca trepada a un poste y los prietos que ya no aprietan.

Como quiera que sea, en cuanto a la carrera en sí no hubo grandes cambios. Aunque, cada quien su encuesta, el promedio nos da a un Andrés Manuel López Obrador de Morena-PT-PES, todavía posicionado en el primer lugar con 36 puntos porcentuales de preferencia; en segundo plano Ricardo Anaya de PAN-PRD-MC con 27 y en tercero José Antonio Meade del PRI-Verde-Panal con 24. Aunque no todo ha sido un juego de carismas. Ahora resulta que el de mayor edad es el de más energía y hasta el más eficiente: según datos de Integralia y el INE, AMLO encabezó 206 eventos y gastó dos millones 915 mil pesos; Anaya sólo realizó 72 concentraciones, aunque gastó más de 9 millones; mientras que Meade tuvo 71 actos pero gastó 11 millones de pesos.

En cualquier caso, está claro que este no será un periodo ni de silencio ni de descanso para ninguno de los candidatos ni sus equipos y cuartos de guerra: López Obrador tendrá 45 días de la que podríamos llamar “la campaña por los escépticos”, básicamente para convencer a sectores empresariales y conservadores de que no es un peligro para México; Anaya intentará una penosa operación cicatriz en un último intento por revivir los muertos y sanar a los heridos que ha dejado en el camino; Meade la tiene más difícil, ya que debe convencer a los millones de priístas de voto duro tal vez con su única frase acertada de campaña: “yo mero”.

En cada cuartel habrá gritos y sombrerazos, reclamos, reproches y mea culpas. Hay que rehacer equipos de campaña, discursos y estrategias. Y también juntar miasma para arrojárselo a los otros. Cuentan que en dos de esos bunkers se preparan expedientes que serán auténticos torpedos que, si aciertan en la línea de flotación, hundirán al menos a uno de los barcos. No hemos visto nada todavía.

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