Como lo platicaba en la colaboración anterior, la vida sigue y con ella la multitud de retos que se suman al principal, que es mantenernos con salud. En esta lógica de continuidad, en nuestra universidad, como en la gran mayoría de la Instituciones de Educación Superior públicas o privadas la operatividad de las formaciones sigue comprometiéndose tanto en lo positivo, como en aquello que representa grandes riesgos para la comunidad universitaria.
Me explico. Por un lado, el compromiso de la comunidad docente y administrativa de la universidad es tal que, que muchos a lo largo de esta pandemia, que parece no tener fin, han visto transformada su manera de trabajar y responder a los chicos no sólo de una manera temporal —casi en modalidad 24/7— sino de una forma evidentemente empática con los estudiantes en esta pandemia que va que vuela para los doce meses de duración.
Las muestras de apoyo para los jóvenes, la creatividad con que se abordan los cursos es de reconocer y aplaudir en muchos casos. Por otro lado, la ausencia de actividad práctica en laboratorios y talleres, la disminución en grado superlativo de acceso a las estadías o prácticas profesionales —principalmente para salvaguardar la salud de los chicos y chicas—, ha representado un incremento significativo en la desesperación —por no decir decepción— de una multitud de jóvenes que han llegado a estas etapas en su formación profesional. Como lo mencionaba, las formaciones se están comprometiendo significativamente en ambos sentidos.
Aunado a lo anterior, la comunidad estudiantil, con justa razón, lejos de sólo desesperarse ha buscado adaptarse de una forma igualmente digna de reconocer. La vida sigue y se vive día a día, paso a paso. Una muestra de ello, es la breve historia que hoy traigo #DesdeCabina este martes.
Ellos, jóvenes estudiantes de Técnico Superior Universitario (TSU) e Ingeniería, se presentaron en mi oficina a principios de 2017, con más ánimo que idea, del equipo que deseaban integrar para el diseño, construcción y pruebas de CanSats (satélites de propósito estudiantil del tamaño de una lata de refresco) para participar en competencias nacionales y eventualmente internacionales. Las recomendaciones que recuerdo haberles compartido: definan bien sus metas y objetivos, y aprendan de los que ya han vivido el proceso de creación y organización de equipos similares, con gran éxito en competencias nacionales e internacionales, también estudiantes de
la UNAQ.
La plática sembró las bases para un compromiso mutuo entre los chicos y la universidad. El mismo año estos jóvenes entusiastas participaron por primera ocasión en el Concurso CanSat de CUCEI (Centro Universitario de Ciencias Exactas de la Universidad de Guadalajara), una competencia nacional que organiza esta institución universitaria y en la que anualmente participan equipos de instituciones públicas y privadas como la UNAM, el IPN, el ITESO o la UPAEP, por solo mencionar algunas; el resultado, una honrosa participación como novatos llegando a las finales, para en las competencias de 2018 y 2019 obtener el primer lugar nacional y hace algunos días, recién recibí la noticia, que habían ganado nuevamente, por tercer año consecutivo, el campeonato nacional, recorrido al 2021, por la pandemia. Del mismo modo formaron parte del Top 20 mundial de equipos en la CanSat Competition que organiza la American Astronautical Society (AAS).
Este ejemplo, muy de casa, puro sumamente extrapolable, debe impulsarnos a dar todos los pasos necesarios, para que, sin importar la condición que actualmente se vive, logremos nuestras metas, cumplamos los objetivos y nos encaminemos a lograr una adaptación verdadera. Los primeros pasos son los más importantes para iniciar cualquier movimiento. ¡ Felicidades equ